La máquina del duro
A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa era raro el bar que no tenía su maquinita arcade. Dependiendo de qué juego tuviese cargado los chavales de entonces íbamos a jugar a uno o a otro. Teníamos localizados los Shinobi, los Hammerin’ Harry, los Street Fighter y, en definitiva, todos los juegos que nos interesaban.
Las partidas a todas las máquinas costaban 25 ptas, excepto en una. Se trataba de una alternativa de bajo coste a las máquinas de SEGA y quizá no tan divertida como el Tetris pero vamos, a veces uno iba pelado, así que iba a jugar a la ‘la máquina del duro‘.
Tras el aspecto de un juego de carreras con volante incluído se escondía un juego de habilidad protagonizado por nuestra moneda, que tras ser introducida por la ranura aparecía tras el cristal. Mediante volantazos a un lado y a otro debíamos guiarla rodando a la salida, teniendo cuidado de que no cayese por alguno de los agujeros que se ocultaban tras las curvas. Si conseguíamos llegar a la meta recuperábamos el duro, lo que nos llenaba de felicidad. Y si no, pues había que meter otro. Y así nos podíamos pasar la tarde.
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