Con la salida de Mothership Zeta se cierra el capítulo de las expansiones de Fallout 3, la epopeya postnuclear en la que recorríamos la ciudad de Washington sembrando el bien o el mal a nuestro paso, convirtiéndonos en la esperanza viviente para aquel que nos viera o en la encarnación del mal absoluto. Cinco han sido los episodios que nos ha brindado Bethesda, en los que hemos atravesado cenagales, sudado al calor de las fundiciones y huído de los primos de aquellos alienígenas que se estrellaron en Roswell. Para todos aquellos que ya han disfrutado los episodios descargables y para todos los que aún no han tenido la oportunidad de viajar más allá del Yermo Capital, para ellos va este artículo: más allá de Fallout 3, una visión diferente de los capítulos.
Operación Anchorage: bienvenido a Alaska compañero
El primero de los capítulos es sin duda el más flojo de los cinco y el que menos aporta a la experiencia de juego. Paradójicamente, el tiroteo inicial entre los proscritos y los mutantes es más espectacular que el resto de juego en sí, que se basa en un contínuo ir y venir por la Alaska ocupada por el invasor chino cumpliendo misiones, llevando un equipo de apoyo y cambiando la vista del cielo gris de la capital por los azules y blancos del nevado norte de EEUU. Sin embargo, esta no es la principal novedad, causa y efecto del capítulo, sino el hecho de que todo lo que vivamos en este contenido descargable es mentira. Todo es una simulación, todos los disparos, las caídas, los enemigos, la necesidad de equipo… Todo se ve supeditado a la cruel realidad de que es una simulación necesaria para abrir un almacén, de que hay una manera que no conocemos de salir de la aplicación.
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