Revenge of the Gator, el pinball de los cocodrilos
Pocos juegos me traen tanta nostalgia de mi infancia como Revenge of the Gator, lanzado por HAL Laboratory en 1989 y uno de los primeros juegos que en su día compró mi hermano para su flamante Game Boy. Recordándolo ahora, parece mentira que con lo limitado que parece, pues nada más que tenía una mesa con varias partes y alguna fase de bonus, pudiese proporcionar tantas horas de diversión y me apeteciese jugarlo una y otra vez. Nunca fui muy aficionado a los pinballs en consolas, pero éste me atrapó de lo lindo cuando era un crío… pero claro, no es lo mismo que la bola desaparezca sin más que que ésta sea engullida por un cocodrilo.
Cuando lo recordé y empecé a escribir este artículo, llevaba muchísimos años sin jugarlo, pero fue volver a ver imágenes y acudieron a mi mente hasta los sonidos que hacía la bola con los diferentes componentes de la mesa. Los cuatro colores de la portátil de Nintendo bastaban más que de sobra para iluminar una mesa llena de elementos, con un montón de posibilidades que iban más allá del simple rebote en las paredes. Por todas partes había cocodrilos, a los que podíamos aplastarle el morro para sumar puntos, que golpeban nuestra bola con su cola, que se la tragaban para luego escupirla con fuerza o llevarla a otras zonas, o que marcaban el final de la partida engullendo sin piedad a la esfera que caía por la última de las mesas.
La mayoría de pinballs de entonces se componían de una mesa con una única pantalla, en la que quizá pudiésemos conseguir puntos de muy diferentes maneras, pero que, a mí por lo menos, me acababa cansando con cierta facilidad porque las variantes eran muy pocas. Estaba el reto de batir el récord, que siempre animaba, pero no era lo mismo. Revenge of the Gator incorporaba un componente que ya tenían algunos pinballs anteriores, pero que a mí me era ajeno, y éste era el de la exploración. Más que el interés por sumar y sumar, que también estaba bien, era el interés por descubrir cosas nuevas, por llegar a la sección más alta de la mesa o comprobar lo que pasaba si éramos capaces de sacar una buena combinación en una especie de tragaperras. Si podíamos incluso alcanzar tres fases de bonus diferentes, donde hartarnos a puntos con alguna más de las diversas cocodriladas… si no estábamos torpes y la bola no se nos perdía muy rápido, claro.
Los gráficos hoy parecen cosa de risa, y tampoco en su momento es que fuesen lo más punteros, pero cuando poco más habías probado que el Tetris, como me pasó a mi en su momento, aquello era una cosa fuera de serie. Además, viéndolos ahora, me siguen pareciendo muy simpáticos, y los cocodrilos son puro carisma, ¡si hasta nos ofrecían un baile en la pantalla de presentación! En fin, mucha nostalgia la que llevo yo encima hoy…
Fueron muchas horas las que me tiré jugando al Revenge of the Gator cuando aún no había cumplido los diez años, y es sin duda uno de los juegos con los que empecé en esto de las consolas de los que más recuerdos tengo. Cierro los ojos y todavía me veo en la habitación de mi hermano, que era el dueño de los medios de ocio, sentado en su escritorio y con la gordita Game Boy conectada a la corriente para no gastar pilas, tratando en vano de superar su inalcanzable récord o de llegar a esa última pantalla que tanto se me resistía. Qué tiempos aquéllos…
Unos años después, Kirby’s Pinball Land recogería el estilo de Revenge of the Gator, metiendo en esta ocasión al bueno de Kirby en unas cuantas e imaginativas mesas. Pero para mí, el de los cocodrilos siempre será el pinball por excelencia de la vieja Game Boy.
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