Metanfetamina y libertad
Walter White es un hombre libre.
Llevas toda una vida trabajando para otras personas, tratando de satisfacer a tus padres, primero, a tus profesores, segundo, y a tus jefes, tercero. En definitiva, a la gente que espera algo de ti. Breaking Bad es un a tomar por culo todos condensado en 52 horas.
Walter White no es un hombre libre hasta que sabe que un cáncer de pulmón pudre su cuerpo irremediablemente.
¿Qué harías si fueras a morir?
La muerte, representación última de todos los miedos del ser humano, se presenta para Walter como algo prematuro, como algo real, próximo y esperado, en definitiva, como algo conocido. Quizás solo empezamos a vivir de verdad en el momento en que le damos la mano a la Muerte, objeto de culto en Méjico, territorio hostil a unos pocos cientos de kilómetros de Albuquerque, justo al cruzar la frontera. Y es en esa frontera, la de la vida y la muerte, en la que nuestro calvo con sombrero y mala hostia se mueve con naturalidad, en esa cuerda floja que suministra adrenalina y miedo, en la que algunos necesitan estar para sentirse vivos. En palabras de Kafka, funcionario y genio de lo imposible: “Hay un punto en el que no hay retorno, ese es el punto que hay que alcanzar”. Como Walt, Franz Kafka tenía una vida gris y cobarde, parecida a la que (sobre)vivimos muchos. Es la voluntad de Walter la que le lleva a explotar. La decisión de fabricar metanfetamina puede ser moralmente aceptable o no, al fin y al cabo, Breaking Bad trata sobre la cuestión de la ética, pero también sobre el sistema sanitario, sobre la justicia, sobre el capitalismo, sobre lo mal que viven muchos para que unos pocos vivan bien, sobre la amistad y la traición, sobre la pérdida y el fracaso y sobre todo, sobre el cambio. “La química es el estudio del cambio” reza Walt.
Breaking Bad es, ante todo, la crónica de una transformación, el viaje de Walter hasta Heisenberg. El punto de partida del camino es la sentencia del oncólogo. El cáncer de Walter es el asesinato de los padres de Batman. ¿Qué es Heisenberg sino un súper(anti)héroe? Walter White es un hombre normal, plano, aburrido, un Clark Kent viejo y subestimado, pero Heisenberg, el del sombrero y las gafas oscuras, el de la voz firme y segura, es mucho más que el más común de los mortales. Así como Superman vuela y pelea, Heisenberg piensa y se cabrea. Tiene poderes: 50 años de estudio y rabia reprimida (“llevo toda una vida viviendo con miedo, Hank”) han sido el entrenamiento idóneo y necesario para no solo abrirse un hueco en el mundo del crimen, sino para poder controlarlo. Poder y control. La transformación de Walter hacia Heisenberg se explica también como la ambición y necesidad de por una vez en la vida controlar algo. Tener el poder de elegir no morir de cáncer. De no ver a tu familia desahuciada. De hacer algo más que seguir las líneas rectas. De hacer lo que te dé la puta gana. Y, ¿qué es la libertad sino hacer lo que te dé la puta gana?
Ser un superhéroe significa estar solo. Tener doble vida conlleva no tener ninguna. Superman renuncia a Lois Lane, Bruce Wayne renuncia a Batman. Walter no puede jubilarse porque uno puede renunciar a lo que hace, pero no a lo que es. Y Walt es el mejor en lo que hace, aunque eso que hace sea fabricar drogas y mantenerse en la cúspide de una pirámide alimentaria mafiosa y cruel. ¿Quién es Walter White? El profesor de química fracasado, marido de una mujer coñazo y padre de un hijo tullido, o un genio frío y calculador, que si tiene que pegarte dos tiros, vaya si te los pega, porque tiene pocos escrúpulos cuando se trata de ganar ¿Es una mezcla de ambos? La cuestión que plantea Breaking Bad, más allá de todo lo dicho sobre la evolución (o involución hacia el más animal e impulsivo Heisenberg) de Walt, es sobre quienes somos cuando apagamos la luz. Desprovistos del límite de la moral, nos queda la libertad para ser. Para coger lo que es nuestro. Porque el mundo nos trata mal. Porque nuestro jefe es un capullo. Porque al cabrón de mi compañero de clase le han enchufado en un trabajo que no se merece porque es el hijo de su padre y de su puta madre. Porque mi vida es una mierda, y no es culpa mía. No sabemos si podemos justificar a Walt, pero sí podemos entenderle. El sabio doctor Jekyll, aquel personaje de la novela de Stevenson que se convertía en el malvado Mr. Hyde al meterse metanfetamina un suero, se justificaba ante el mundo y ante si mismo gritando Si soy el mayor de los pecadores, soy también la mayor de las víctimas.
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