Jugar hasta aburrir
Todos hemos sentido las ganas de llegar a casa y dedicarnos un tiempo a nosotros y sobre todo a nuestro ocio predilecto. Llegar a casa y conectar la videoconsola para desconectar del mundo. Esto ha sido así muy probablemente desde hace mucho tiempo, ¿verdad? Nuestro bocadillo de “Nocilla” era devorado raudo y casi sin masticar. Y luego a jugar – previo lavado de manos antes – hasta que nuestros padres nos recordaran que el tiempo de disfrute había finalizado.
Pero hay días que ese momento deja de ser algo encomiable, y por lo tanto nos deja un regusto amargo en nuestra sien. Llevamos horas con un juego y empezamos a pensar que estamos perdiendo el tiempo y que quizás otros que aguardan en la estantería deberían ocupar el lugar de éste. ¿El juego es malo? – te preguntas. No, la historia te mantiene enganchado, y técnicamente el juego raya a la calidad de la que se espera. Entonces, ¿qué pasa? ¡Pues que falla en la jugabilidad!
Recolectando objetos inútilmente
Hay juegos que en mitad de la historia se empeñan en presentarnos objetos insustanciales, que no sirven para nada y que jamás entenderemos para que son. Objetos que de no tenerlos no pasaría nada pero al maldito juego se ha programado para tener que pasar de pantalla obteniendo dichos ítems. ¿Qué supone esto?
A veces las opciones son variadas, podemos volver a rehacer todo el mapeado, buscando susodicho y preciado tesoro. Cuando la opción fácil hubiese sido tirar por la tangente, ejemplos los hay y muchos, y así de repente se me ocurren las malditas llaves del primer Resident Evil que nos obligaban a revisitar las habitaciones
Esta es una forma – mala en mi modesta opinión – de alagar un título sin ningún sentido aparente. Claro queda que no nos referimos a aquellos elementos opcionales que de cogerlos nos harán ser un chico o chica más “cool” entre nuestra comunidad de amigos – el nacimiento de los logros fue así.
A veces la situación se estira hasta aburrir, teniendo que volver hasta 3 o 4 veces por la misma zona sin saber porqué leches te ves obligado a ello. De hecho hay pocos juegos que este aspecto lo gestionen bien y quizás Batman Arkham Assylum lo utiliza de forma correcta con la excusa de utilizar nuevos gadgets.
Misiones secundarias obligatorias
Estás metido en la historia, y de repente la trama principal se bifurca y los personajes empiezan a pedirte favores. Tienes siempre 2 opciones, las aceptas y eres el tipo guay de la comunidad, el héroe que todo lo hace, el completista “ever” nacido o las rechazas y te quedas con el regusto de saber que has podido estirar el juego un poco más.
¿Y si el juego no te da opción? ¿Y si antes de cada misión importante que continua la trama debes realizar 2 o 3 “favores”? Porque sí, amigos estamos hablando de que los juegos muchas veces presentan como “favor” aquello que te toca lo que no suena. Éstas hacen que un juego se ralentice de una forma descomunal. Tú quieres ir a por la trama, deseas pasarte el juego, ya sea porque te lo quieres sacar de encima y ya que lo has comenzado quieres saber cómo finaliza o porque el argumento te tiene tan enganchado que deseas conocer más.
Y de repente te empiezan a colar “relleno” – tan malo o más como el del Anime de Naruto – que hace que la impresión y posterior reflexión del juego caiga en picado. ¿Por qué se empecinan las compañías en ofrecerme algo que no quiero? Para ello soy defensor de los contenidos descargables que de desearlo puedes pagar – como no – y alargar la experiencia.
No digo que un juego deba ser corto, pero hay historias que jamás deberían superar las 14 horas – y menos si no son RPG – porque corres el riesgo que se dejen de lado y se pierda la gracia de la trama. Por no decir los comentarios o diálogos que esto origina en el juego – algunos dignos de comedias televisivas – donde se nos advierte sobre la escasez de tiempo para alcanzar a un objetivo.
Y luego nos presentan unas misiones – que recordemos no son opcionales – que ralentizan lo que debería ser urgente. Claro, el objetivo – como buen enemigo – nos espera para que acabemos con su triste y miserable vida. Allí aburrido, afeitándose porque quizás decidiste dejarlo para el día siguiente y es que así no se puede ser serio.
Minijuegos
Por no decir de esas maravillosas ferias, parques de atracciones, ladronzuelos, tabernas o demás que ofrecen a su público una experiencia única para aborrecer aún más el título en cuestión. Recuerden no hablamos de las opcionales – porque estas normalmente son agradecidas de hacer – hablo de aquellas que te obligan a realizar por narices.
No hay más opción o juegas a cartas o no pasas de secuencia, porque el malo malote no te va a dar el “ultramega objeto” – dícese pañuelo u otro random – que nos dará acceso a un evento crucial para el desenlace. O por no hablar de aquellos maravillosos puzles puestos ahí sin sentido, con mala leche y con una solución insulsa o insustancial.
Juegos donde el encajar una pieza en un orificio se convierte en una historia paralela a la del propio juego, una opción que de no cumplirse hace que nuestro videojuego se instale en nuestra estantería acumulando polvo. Esos minijuegos que no nos aportan más que ansiedad porque somos incapaces de resolver, sintiendo como el juego nos llama estúpidos.
Y si no fuera porque en esta generación existen las videoguias, muchos deberíamos replantearnos si el coeficiente intelectual de la persona que desarrollo el juego era tan superior que no escondía un mensaje en clave indescifrable para el ser común. ¿Cuántos videojuegos de antaño eran pasados con esas tochas llamadas guías hechas del casi extinto papel?
Conclusión
Muchos de nosotros ya no tenemos la paciencia de antaño, tenemos el tiempo justo para jugar y no podemos perder el tiempo en detalles. Los juegos deben ofrecer la experiencia justa para no cansar, llevar al jugador directo a la acción o conducir la historia de tal forma que jamás tengas la sensación de estar perdiendo el tiempo. ¿Perder el tiempo? Sí, porque hacer algo que no quieres hacer para llegar a un fin no es otra cosa que desgastar a mucha gente que necesita vivir de forma escueta lo que se le prometió.
¡Ojo! No hablo de juegos como Final Fantasy o cualquier otro RPG que se precie, porque uno ya sabe a lo que se expone con este género. Pero no es normal comprarte un plataformas o lo que es más sangrante, un shooter, y perder tardes y tardes para llegar al siguiente punto de la historia.
Aburrirse jugando, dos palabras que la RAE (Real Academia de la Lengua Española) debería prohibir conjuntar, pues si nosotros hubiésemos dejado de saborear aquellos maravillosos bocadillos de “Nocilla” para acabar bostezando seguramente hoy en día no hablaríamos de videojuegos y sí de las maravillosas combinaciones que esta crema de cacao aportaba en nuestra dieta juvenil.
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