La verdad oculta tras Super Mario Bros. 2
Mario lleva más de 25 años en la cresta de la ola, que se dice pronto. Ha llovido desde entonces, y sin embargo desde sus primeros goombas ochobiteros pisoteados hasta el más bizarro y psicotrópico viaje en Super Mario Galaxy, ha cautivado a generaciones de jugadores en base a su simplicidad (que no sencillez) y el carisma Nintendo que desprende. Centrándonos en el origen de la saga, el éxito y la repercusión obtenidos no fueron casuales, pues entre otros factores el tiempo que lo vio nacer fue aquel en el que las consolas domésticas experimentaron su verdadera expansión y auge, con la Nintendo Entertainment System, entre otras. Super Mario Bros. (1985) es un estupendo plataformas, y ante todo, un videojuego redondo. Con una dificultad bastante elevada, el argumento es prácticamente inexistente, pero la jugabilidad de clásico instantáneo de la que hace gala no requiere de nada más, habiendo pasado a la historia como una auténtica forma de entender los videojuegos. No en vano hoy no vamos a hablar de esta pequeña obra de arte, sino de una curiosa historia que se esconde tras el espíritu bastardo de su secuela.
Visto el éxito del juego original, no pasó demasiado tiempo hasta que se comenzara a pensar en una secuela que aprovechara el tirón del juego de Miyamoto. De inmediato el equipo de Nintendo EAD, a las órdenes del mismo maestro que moldeó el primer juego, se ponen manos a la obra con un nuevo Super Mario Bros. En este punto es donde termina la lógica en este asunto.
El equipo de Miyamoto desarrolló un juego muy similar al anterior, siguiendo sus mismos principios, con una salvedad: la dificultad era notablemente mayor. Los directivos de Nintendo juzgaron que en occidente el juego no sería bien recibido con tales niveles de dificultad ¿Solución? Hacemos borrón y cuenta nueva. Mientras que los japoneses recibieron la propuesta original de Miyamoto y su equipo como secuela legítima, a europeos y americanos nos endosarían otro título pero que muy distinto.
Lo que hicieron fue tomar un juego ya existente, cambiar los personajes, retocar ligeramente los escenarios y sprites, y renombrarlo como Super Mario Bros. 2 (1989), llenos de orgullo y satisfacción.
El afortunado fue Yume Koujou Doki Doki Panic!. Kensuke Tanabe, director de Doki Doki Panic!, se encargó también de la «conversión» a Super Mario Bros. 2. Originalmente, en Doki Doki Panic! asumíamos el rol de una familia en un escenario con tintes árabes, obligada a entrar en un libro para rescatar a los dos hijos pequeños de la familia. Los personajes del padre, la madre y los dos hijos serían sustituidos por Mario, Peach, Luigi y Toad, que también asumirían sus habilidades, con las que por ejemplo lanzarían rábanos y otros tubérculos por doquier.
Como cabe esperar, la jugabilidad era radicalmente distinta, encontrándonos con un juego de corte aventurero y plataformas de características bastante distanciadas del Super Mario original. El hecho de que saltar sobre los enemigos no acabe con ellos ya es motivo de disgusto para cualquier jugador cabal de la época.
Lo gracioso del asunto es que en un intento de justificar tal timo, al final del juego aparece un Mario dormido que despierta de su sueño, en un giro Resinesco que no redime ni siquiera parcialmente este paréntesis en la saga. Afortunadamente, Super Mario Bros. 3 recuperaría el espíritu original y la jugabilidad de la primera aventura en la que Mario rescata a su amada y sospechosamente torpe princesa de las garras de Bowser, saltando sobre los enemigos y lanzando bolas de fuego, como debe ser.
Queda como consuelo que a la postre, un buen puñado de años más tarde, recibiríamos el verdadero Super Mario Bros. 2 con la recopilación de Super Mario All-Star (1993) para Super Nintendo, , donde aparecía con el sobrenombre de “The Lost Levels”. Podéis constatar que es bastante más puñetero que la primera parte, aunque bien merece una cata. También el Super Mario “Doki Doki” que jugamos los Europeos en 1989 y los estadounidenses en 1988, vio la luz en Japón como Super Mario USA (1992), cerrándose así el círculo. Quizás ahora se puede entender lo de esos pajarracos siendo lanzados unos contra otros. Pa’ habernos matao…
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