Creo que quien más y quien menos estará de acuerdo con la aseveración de que los videojuegos retro eran bastante más difíciles que los actuales. Sí, posiblemente no eran tan largos ni ofrecían tanta variedad de situaciones como disfrutamos ahora. Las limitaciones de la época lo impedían por lo que los programadores no tenían otra opción para ampliar su duración que subir el nivel de dificultad de manera considerable a medida que avanzábamos. Ejemplos de esta afirmación tan categórica os podría citar una barbaridad, pero creo que me limitaré a haceros dos preguntas: ¿Cuántos títulos actuales habéis terminado? ¿Cuántos juegos de 8 bits lograsteis terminar?
En la mayoría de los casos dicho aumento del nivel de dificultad no estaba bien ajustado con respecto a la experiencia que estábamos viviendo hasta este momento (curva de aprendizaje, ese término desconocido en los títulos de los 80), debido principalmente a lo que llamo puntos negros jugables, concepto que trataré de desarrollar hoy apoyándome en una serie de ejemplos visuales que seguro todos recordáis.
Los puntos negros jugables (PNJ) son aquellas situaciones en las que un videojuego eleva exponencialmente su nivel de dificultad hacia el absurdo por errores de desarrollo o concepto que terminan influyendo negativamente en nuestra percepción del mismo. Son momentos en los que salir victorioso está solo al alcance de los elegidos -y en muchos casos ni eso- por culpa de un proceso de testeo defectuoso, por la mala leche de los programadores o, simplemente, porque ni siquiera se molestaron en probar aquello que estaban creando para ver si era jugable o no. Para afianzar este concepto, vamos a ver una serie de ejemplos de estas pesadíllas lúdicas que tuvimos que sufrir:
Leer más