La edad de los dragones, de nuevo
El viejo enano Bionfare era toda una sensación en la vieja taberna de Kirkwall. Cada noche, tras una dura jornada de trabajo en el mercado de Altaciudad, se dirigía a ese antro, donde los rufianes y los guardias se emborrachaban por igual mientras escuchaban viejas leyendas a la luz de las velas. Bionfare era, además de un gran bebedor, un experto en contar impresionantes relatos que contagiaban escalofríos entre los presentes, siempre que estuviesen lo suficientemente sobrios como para escucharle. Gran parte del mérito estaba en sus complejas historias, que entrelazaban los destinos de héroes, reyes y villanos con gran esmero y mimo. Su fama era tal, que cada vez que Bionfare trepaba afanosamente a una mesa con sus cortas piernas de enano, la turba enmudecía y se giraba en silencio. Una vez subido a la mesa, comenzaba la magia de sus palabras.
Todos los cuentos que Bionfare había contado habían calado hondo entre la chusma de la taberna. Entre sus grandes éxitos se encontraba el relato del huérfano de la Costa de la Espada, que viajó a la puerta de Baldur y detuvo al malvado hechicero Irenicus. No menos conocida era la historia de las noches de Noyvern, en las que la epidemia de la Muerte Aullante mermaba la vida de sus habitantes hasta que un héroe descubrió la conspiración que se escondía tras ella. Incluso de vez en cuando Bionfare se permitía el lujo de inventar historias más atípicas, que abarcaban desde viajes a galaxias lejanas hasta imperios situados en exóticas tierras orientales. Todas sus historias habían sido impresionantes y una legión de seguidores se encargó de difundir a los cuatro vientos las bondades de Bionfare como narrador, alguien excepcional en un gremio donde no se prodigaban los relatos elaborados.

A pesar de haber cosechado grandes éxitos con sus predecesoras, la última historia contada por Bionfare fue la que más hondo caló entre sus borrachos compañeros. En ella se relataba la lucha del Héroe de Ferelden contra la Ruina, una marabunta de seres del inframundo que invadía el mundo civilizado centuria arriba, centuria abajo. La historia lo tenía todo: un héroe de orígenes humildes, mucha acción, grandes personajes, una admirable complejidad… todo ello adornado con misteriosos lugares que visitar y criaturas sacadas de retorcidas pesadillas. Cuando Bionfare concluyó su historia, cuando el Héroe de Ferelden acabó con el Archidemonio líder de la Ruina, la gente de la taberna se quedó con la boca abierta, tras lo cual un clamor prendió fuego rápidamente entre las gentes: “¡Queremos más! ¡Queremos más!”, gritaron sus seguidores. El enano no tardó en calmar a la multitud: “Habrá más, no os preocupéis”.
Tras un tiempo, llegó la gran noche de Bionfare. Normalmente se solía tomar su tiempo para pensar en las historias, para mimarlas hasta memorizar el más mínimo detalle. Pero el éxito de su último relato le obligó a precipitarse. Así, tras unas pocas semanas desde su última historia, volvió a encaramarse a la mesa y el silencio se volvió a apoderar de los bebedores de la taberna.
Bionfare habló, gritó, exclamó, dramatizó, se agitó con furia, bajó la cabeza con tristeza, siempre enfatizando los matices de su gran relato. Contó la historia del Campeón de Kirkwall, de sus orígenes humildes, de sus expediciones a Orzammar, de sus romances, de sus combates, y de su ascensión al poder en la ciudad de pasado oscuro. Tras terminar el relato, Bionfare se quedó callado, esperando un aplauso como de costumbre. Pero apenas se escucharon más que rumores y cuchicheos. Algo pasaba, algo era distinto esta vez. La gente no estaba del todo satisfecha.

Bionfare no sabía que había hecho mal. La historia era emocionante, estaba bien contada, tenía matices con los que otras historias contadas por otros enanos no podían sino soñar. Pero algo había fallado. Al salir la turba de la taberna, vio a un pequeño sirviente elfo en una esquina. Se acercó a él y le preguntó “¿En qué crees que he fallado, pequeño elfo? Creí haber contado una historia interesante”. Entonces el muchacho le contestó:
- “Mi señor Bionfare, la culpa no la tiene vuestra historia, pues habéis puesto mucha pasión en ella. La culpa es vuestra y de vuestros seguidores”.
- “Explícate, muchacho” –replicó el enano, intrigado por las palabras del joven elfo.
- “Veréis mi señor, vos contáis grandes relatos, de eso no hay duda. Hasta ahora, todos vuestros cuentos y leyendas han rozado la excelencia. Vos los adornabais con tanto detalle que al cerrar los ojos era posible imaginar un mundo de aventuras detrás de cada rincón o callejón. Vuestra última historia, la que contaba las hazañas del Héroe de Ferelden, fue un épico viaje de los que dejan huella. Sin embargo, el relato que habéis contado hoy está un peldaño por debajo que la original. Habéis mejorado muchos detalles, como unos diálogos más claros e intuitivos, habéis imbuido más garra a los combates. Sin embargo, habéis cometido algunos errores imperdonables. Lo que antes era un viaje colosal por las Marcas Libres, reuniendo un ejército jamás visto por ninguna raza, ahora se ha convertido en una historia que apenas sale de la ciudad en la que se ambienta. Lo que antes era un villano temible cuya sombre siempre estaba en la mente de los protagonistas ahora se ha convertido en una amenaza poco clara que apenas muestra su cara hasta el final. También se nota menos esmero en describir los pequeños detalles, como los objetos de los protagonistas, sus armaduras, sus descubrimientos, todos esos retales que enriquecen la experiencia. En general, vuestro relato es menos épico y menos complejo, como si quisierais aumentar vuestro público y llegar a las mentes menos apasionadas por vuestros discursos. Y esto, para muchos de vuestros fervientes seguidores, es mancillar unos filosofía de narrar, que se salía de la norma, que daba esperanza a todos aquellos que creemos que estos cuentos y leyendas pueden trascender su medio. Vuestro enemigo, mi señor, es vuestro propio talento”.

El enano se quedó sin palabras. Agarró una jarra de Hidromiel y se sentó cabizbajo frente a una pegajosa mesa agrietada, en la que las sombras creadas por las velas proyectaban figuras fantasmagóricas. Bebió un trago largo mientras un solo pensamiento pasaba por su cabeza: Qué prefería, ¿contentar a sus seguidores más irredentos con complejos relatos o bien dirigirse a las masas con versiones cada vez más simples? Cuando miró su viejo monedero, vacío y lleno de telarañas, supo su respuesta. Si Bionfare, el mejor narrador de relatos había caído en el influjo del vil metal, ya no había esperanza. El enano seguiría contando grandes historias, pero no historias excepcionales.
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