El fin de la ciudad, una novela de zombis en primera persona
Desde que George A. Romero dirigió en 1968 La noche de los muertos vivientes, el género «de los zombis» o «de los muertos vivientes» se ha ido haciendo un hueco en la cultura popular y dado lugar a docenas de exponentes en literatura, cine, cómics o videojuegos, surgiendo un subgénero propio de gran vitalidad estos últimos años.
El fin de la ciudad, del español Patricio Martínez, es una novela que se enmarca en este género, pero que presenta unas características peculiares que la convierten en un relato fresco, diferente y con un toque friki que la hace encajar especialmente bien en Pixfans. De hecho, si habéis leído lo del relato en primera persona quizá ya se os haya ido la mente a los videojuegos.
Y no es casual, aunque realmente el relato esté escrito en segunda persona, parece casi como si fuese el autor el que estuviese explicando lo que pasa contigo, lo que hace tu personaje, en una original forma de narrar que favorece mucho la inmersión en el relato. Y con ella no solo conocemos los hechos que suceden alrededor del protagonista, aquí conocemos todo lo que piensa, y «todo lo que piensa» no se refiere solo a los pensamientos sencillos sobre el próximo objetivo, reflexiones existencialistas o tormentosos recuerdos del pasado (que también): además nos presenta las asimilaciones entre su realidad y la ficción que pasa por la mente del protagonista, que se imagina lo que sucede cual escenas de videojuego, le pone banda sonora a sus acciones o piensa en escenas de películas a las que le evoca lo que está pasando. El protagonista es un friki (en el buen sentido), y los que lo somos en mayor o medida hemos comparado en infinidad de veces realidad y ficción, y por ejemplo hemos visto en lo cotidiano alguna forma de jugar, por lo que no es difícil sentirse identificado.
En cuanto a la trama, nos presenta una ciudad apocalíptica, prácticamente deshabitada y plagada de zombis. Por ello, el protagonista y los pocos personajes con los que interactúa se las verán muy negras para sobrevivir a un entorno hostil, en el que, sin embargo, luchan por encontrar una normalidad, una rutina, que les permita seguir adelante. No es un argumento especialmente original como sí lo es el modo de narrarlo, pero juega con la tensión, el peligro, la intriga o el misterio con acierto, por lo que consigue entretener y enganchar, y sus 200 páginas se pasan en un suspiro, dejando con ganas de más, entre otras cosas por un desenlace quizá un tanto precipitado y confuso, aunque también por ello con un encanto especial y que encaja bien con la perspectiva de la narración.
El estilo es sencillo, con frases cortas (a veces demasiado) y apenas florituras, pero ello redunda en un ritmo rápido y en que se haga muy fácil visualizar lo que sucede, y entender lo que pasa por la mente del protagonista, hasta el punto de que es fácil percibir que tú lo haces, tú lo sientes, tú lo vives. Sensaciones como la nostalgia, la capacidad de recordar lo bueno en medio de la tragedia, la esperanza, los remordimientos del pasado, están tan bien descritos que imaginarlas será muy fácil. Él se llama Roberto, pero podrías ser tú.
A ello se suman los pensamientos en forma de música de Metallica, en forma de secuencias de Trainspotting o las de videojuego, del estilo de golpear con éxito y pensar en un fatality, conversar como en una aventura gráfica o combatir como en un shooter cooperativo. Un lenguaje en el que se perderán los que nunca hayan puesto sus manos en un videojuego pero muy sencillo para los gamers.
En definitiva, El fin de la ciudad me ha parecido una novela recomendable, fácil de leer y muy entretenida, cuya lectura compensa desde luego los 3,15 euros que cuesta en su versión digital.
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