Tex Murphy resurge de su alcohólica miseria, que no de sus cenizas. La saga de Chris Jones y Access Software protagoniza una segunda (si no enésima) juventud, desde que el propio Jones lanzara, fanfarrias y exquisito video promocional mediante, un prometedor proyecto en Kickstarter. Nada me place más que anunciarles que, una vez cerrada la etapa de donaciones (acabó hace solo unos días), el Project Fedora ha conseguido reunir la nada desdeñable cantidad de 598,104 $, superando ampliamente la meta de 450.000$ que abre camino a un nuevo Tex Murphy. ¡Tres hurras mutantes por Tex!
Desde que arrancó la historia de los videojuegos, hemos sido testigos de diferentes cambios en la forma de realizarlos, que tendieron tanto a la novedad como a intentar captar al jugador insatisfecho. Una de las más notorias incursiones en este modo de operar se da en los juegos de sigilo, en donde la inteligencia y la planificación son más importantes que la acción directa, para beneplácito de quienes nos gusta usar la cabeza un poco más. Muchas veces la prensa especializada (yo también odio este término) intentó tomar a los juegos de sigilo como un genero aparte, con sus propios parámetros establecidos y su propia mecánica de juego. Pero los años han delimitado al stealth como una simple mecánica accesoria en los juegos de acción, relegando a un segundo plano lo que antaño fue una especie prolífica. ¿Son los juegos basados en sigilo un género por sí mismo? La respuesta puede darse si logramos identificar tanto las mecánicas de juego que lo delimitan, así como también las raíces y los juegos que la implementaron por primera vez. Ese es exactamente el objetivo del presente artículo.
No siendo hoy ni mañana, cualquier día de la semana
Muchos recordaréis, con más o menos nostalgia, esos tiempos ya lejanos en los que la llegada a Europa de nuestros juegos más esperados era cuestión de puro azar. El concepto hoy en día tan extendido de “importación” era materia de unos pocos afortunados, por no mencionar que el mero hecho de que un juego viniera traducido o incluso doblado al español era per se motivo de jolgorio.
La vida de cualquier Don Mendo de comienzos del pasado milenio podría ser catalogada de muchas maneras, pero de seguro “sencilla” no es una de ellas. La mera existencia era percibida generalmente como un arduo caminar por un valle de lágrimas, entiéndase esta generalidad como el punto de vista del grueso de la sociedad, o lo que es lo mismo, del día a día de un oprimido estrato basal compuesto por una mayoría vapuleada y arrodillada al servicio de unos cuantos poderosos empuñando armas, leyes o libros sagrados. Je.
Vaya, que si no fuera suficientemente difícil el venir al mundo y mantenerse vivito y coleando, el humano medieval conocía íntimamente la malnutrición, las enfermedades y un sinfín de penurias de toda clase. Si la diosa fortuna te había sonreído lo suficiente en tu triste paseo por la vida, con frecuencia también llegaba el momento de hacerse a las armas, aún sin haber dominado completamente el arte de erradicar la pelusilla del bigote.
Durante años me he caracterizado por ser un jugador bastante variado, pero el género que más me ha marcado y el que he disfrutado hasta el hartazgo ha sido siempre el de las plataformas. El scroll lateral, andar saltando de aquí para allá atacando libremente y sin remordimientos a las tropas enemigas que el juego nos propone enfrentar es algo que me apasiona aun hoy. Justamente en este articulo voy a analizar a grandes rasgos un juego que me encanta, y es de esos que me gusta presentar en Pixfans, debido a que seguramente sea un total desconocido para muchos pero que a través de estas breves líneas seguro les va a picar el bichito de la curiosidad y saldrán corriendo a encender su emulador para darle una oportunidad, desempolvando la fibra sensible del asombro que tan apagada está en nuestras complejas vidas (y nos ponemos un tanto filosóficos).
Infinidad de veces hemos visto en este mundillo como, a raíz de un éxito, sobreviene todo un aluvión de copias más o menos disimuladas pugnando como locas por subirse a la estela del superventas de turno. Sin embargo, en otras ocasiones menos frecuentes como en el caso que nos ocupa, tal fenómeno se transforma en arma de doble filo, asfixiando grandes ideas bajo una montaña de productos de calidad más que cuestionable. Cuando Jade Cocoon ve le luz a finales de 1998, había pasado algo más de un año desde el inicio de la fiebre Pokémon, y vivíamos un momento en el que el mercado (y no solo de videojuegos) estaba saturado de toda clase de variopintos clones algo más que “inspirados” por las criaturillas de Game Freak. Productos que iban un paso más allá del homenaje, de seguro.
Sucede que uno con los años va perdiendo ciertas manías (o adquiriendo otras, según se mire), y resulta que a estas alturas ya no me abandono a la “majia” de Nintendo con la misma facilidad. Cierto, en mala hora lo digo teniendo en cuenta que a día de hoy los escasos minutos que le dedico a los videojuegos los está acaparando esa Wii de la que tanto he renegado. Sin ir más lejos, hoy ha sido el turno de uno de esos días de asueto pikmin, y mientras volaba de galaxia en galaxia multicolor envuelto en pedazos de estrella, me he parado a pensar en la evolución de ese incombustible fontanero que igual te conduce un kart, como le pega al golf, al tenis o a la cabeza de algún desdichado koopa.
En esas estaba cuando, casi sin quererlo, me acabé acordando de Super Mario Sunshine (2002). El sucesor del inigualable Super Mario 64 (1996) aún me evoca cierto regusto agridulce, pese a los buenos ratos que me hizo pasar en su día, incomprendido cubito en ristre. Pocas sagas pueden presumir de tal profusión de títulos insignes, y el precio a pagar es que la mera etiqueta “Mario” se convierte por sí sola en motivo de altísimas expectativas y examen meticuloso, como es natural. Quizás esto explica parcialmente por qué sigo sin encontrar esa pieza que no encaja bien en un título que de hecho no abanderó el lanzamiento de la consola que le hizo triunfar, o no tanto. Cualquier momento es bueno para volver a las raíces, así que pillad palas y sobre todo cubos, que nos vamos de viaje a Isla Delfino.
Era mediado de los noventa, y quien les escribe era un enano que consumía todo tipo de series en la televisión. Siendo el más pequeño de tres hermanos, vi durante toda mi infancia como la influencia del anime y principalmente de Akira Toriyama se introducía en lo más profundo de mi subconsciente. Los combates interminables y los poderes capaces de romper planetas eran cosas fabulosas, lo que provoco que tanto mis hermanos como yo seamos reacios a un estilo de dibujo diferente, que era adorado por el resto de los pequeños de mi edad: el Maravilloso mundo de Disney.
Disney fue desde siempre sinónimo de excelencia, con animaciones sobresalientes, llevando las obras literarias al mundo del cine con una fidelidad impecable. Pero para nosotros, acostumbrados a los violentos y sangrientos combates vistos en el estilo japonés, las series y películas de Disney no generaban grandes ilusiones: comenzábamos a mirar una película y ni bien aparecían en escena los primeros musicales ya estábamos apagando la televisión.
Pero todo esto fue refutado un domingo de 1998 cuando llego a la pantalla de mi televisor una nueva serie que rompía indudablemente mis esquemas: “Gargoyles”. La misma fue transmitida por el canal TE-LE-FE teniendo una sola emisión semanal los días domingo, conociéndose en nuestras tierras como Gárgolas (en otros lares del globo la denominaron Héroes Góticos o Héroes Mitológicos). La historia se centra en la figura de las gárgolas, estatuas de seres mitológicos creados en la edad Media durante el auge del arte Gótico, caracterizadas por poseer un aspecto grotesco y cuyo propósito era el de adornar las fachadas de las estructuras edilicias, siendo la representación de los guardianes del sitio.
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