Érase una vez, en un reino muy lejano…
La vida de cualquier Don Mendo de comienzos del pasado milenio podría ser catalogada de muchas maneras, pero de seguro “sencilla” no es una de ellas. La mera existencia era percibida generalmente como un arduo caminar por un valle de lágrimas, entiéndase esta generalidad como el punto de vista del grueso de la sociedad, o lo que es lo mismo, del día a día de un oprimido estrato basal compuesto por una mayoría vapuleada y arrodillada al servicio de unos cuantos poderosos empuñando armas, leyes o libros sagrados. Je.
Vaya, que si no fuera suficientemente difícil el venir al mundo y mantenerse vivito y coleando, el humano medieval conocía íntimamente la malnutrición, las enfermedades y un sinfín de penurias de toda clase. Si la diosa fortuna te había sonreído lo suficiente en tu triste paseo por la vida, con frecuencia también llegaba el momento de hacerse a las armas, aún sin haber dominado completamente el arte de erradicar la pelusilla del bigote.