Bienvenidos de nuevo al reino mágico de Zeal, en el que se desarrolla la trama de esa obra maestra del RPG que es Chrono Trigger. El usuario de youtube habboi ha llevado a cabo prácticamente en solitario la ardua tarea de llevar ese mundo a las 3D, con ayuda del Unreal Development Kit y la inspiración de la estética Wind Waker. Aquí el resultado.
La vida de cualquier Don Mendo de comienzos del pasado milenio podría ser catalogada de muchas maneras, pero de seguro “sencilla” no es una de ellas. La mera existencia era percibida generalmente como un arduo caminar por un valle de lágrimas, entiéndase esta generalidad como el punto de vista del grueso de la sociedad, o lo que es lo mismo, del día a día de un oprimido estrato basal compuesto por una mayoría vapuleada y arrodillada al servicio de unos cuantos poderosos empuñando armas, leyes o libros sagrados. Je.
Vaya, que si no fuera suficientemente difícil el venir al mundo y mantenerse vivito y coleando, el humano medieval conocía íntimamente la malnutrición, las enfermedades y un sinfín de penurias de toda clase. Si la diosa fortuna te había sonreído lo suficiente en tu triste paseo por la vida, con frecuencia también llegaba el momento de hacerse a las armas, aún sin haber dominado completamente el arte de erradicar la pelusilla del bigote.
En los últimos tiempos hemos asistido al auge de Kickstarter. Como respuesta, surge el fenómeno Kickstopper. Dará que hablar, según los compis de Penny Arcade.
-Tienes un problema con Kickstarter. Lo que necesitas es Kickstopper, mi nueva solución para las gilipolleces en las que andas ocupado
-Tío, lo necesito. Es del rollo, algunas veces veo una puta locura, pero no puedo… ¡oh Dios, mira! ¡Es un juego táctico de miniaturas que puedes jugar en el baño! ¡Eso es inherentemente noble! ¡Metas ambiciosaaaas!
Infinidad de veces hemos visto en este mundillo como, a raíz de un éxito, sobreviene todo un aluvión de copias más o menos disimuladas pugnando como locas por subirse a la estela del superventas de turno. Sin embargo, en otras ocasiones menos frecuentes como en el caso que nos ocupa, tal fenómeno se transforma en arma de doble filo, asfixiando grandes ideas bajo una montaña de productos de calidad más que cuestionable. Cuando Jade Cocoon ve le luz a finales de 1998, había pasado algo más de un año desde el inicio de la fiebre Pokémon, y vivíamos un momento en el que el mercado (y no solo de videojuegos) estaba saturado de toda clase de variopintos clones algo más que “inspirados” por las criaturillas de Game Freak. Productos que iban un paso más allá del homenaje, de seguro.
La próxima vez que gritéis enfurecidos cuando una mosca se os pose en la nariz, poneos por un momento en el lugar de la mosca. Cuando le deseéis mil males a ese pobre díptero, atrapado e impotente a este lado de la ventana, reflexionad. O mejor aún, introduciros en su peludo cuerpecillo con House Fly, una breve epopeya sobre la libertad, la constancia y la utilidad de las heces de gato.
Una mosca, una ventana, un destino. PETA approved (o igual no).
Los fans de las aventuras gráficas estamos de enhorabuena, y es que Tex Murphy prepara su regreso al San Francisco distópico que pudimos disfrutar en juegos de la talla de The Pandora Directive (1996) y Tex Murphy: Overseer (1998). Para ello, Chris Jones y Aaron Conners , junto con la gente de Big Finish Games, pretenden reunir unos 450.000 dólares mediante el sistema Kickstarter.
Sucede que uno con los años va perdiendo ciertas manías (o adquiriendo otras, según se mire), y resulta que a estas alturas ya no me abandono a la “majia” de Nintendo con la misma facilidad. Cierto, en mala hora lo digo teniendo en cuenta que a día de hoy los escasos minutos que le dedico a los videojuegos los está acaparando esa Wii de la que tanto he renegado. Sin ir más lejos, hoy ha sido el turno de uno de esos días de asueto pikmin, y mientras volaba de galaxia en galaxia multicolor envuelto en pedazos de estrella, me he parado a pensar en la evolución de ese incombustible fontanero que igual te conduce un kart, como le pega al golf, al tenis o a la cabeza de algún desdichado koopa.
En esas estaba cuando, casi sin quererlo, me acabé acordando de Super Mario Sunshine (2002). El sucesor del inigualable Super Mario 64 (1996) aún me evoca cierto regusto agridulce, pese a los buenos ratos que me hizo pasar en su día, incomprendido cubito en ristre. Pocas sagas pueden presumir de tal profusión de títulos insignes, y el precio a pagar es que la mera etiqueta “Mario” se convierte por sí sola en motivo de altísimas expectativas y examen meticuloso, como es natural. Quizás esto explica parcialmente por qué sigo sin encontrar esa pieza que no encaja bien en un título que de hecho no abanderó el lanzamiento de la consola que le hizo triunfar, o no tanto. Cualquier momento es bueno para volver a las raíces, así que pillad palas y sobre todo cubos, que nos vamos de viaje a Isla Delfino.
Me niego a creer que los que llevamos tantos años en esto alcancemos tales extremos de inocencia, al punto de aplaudir como memos, kleenex en mano, ante cualquier melodrama genérico. Últimas historias conozco unas cuantas, y sin ir más lejos un buen puñado de ellas pertenecen al mismo Sakaguchi que firma ésta que hoy sometemos a análisis. La tónica es siempre similar: un grupo de jóvenes, un protagonista parco en palabras y/o víctima de una infancia atroz. Un poder que sobrepasa lo imaginable. Una forma de mal que pone a prueba la testarudez del grupo, alguna atractiva doncella de voz aterciopelada y poderosa magia, y por supuesto la guinda en forma de romance plagado de altibajos y amor pagahidromieles de manual. Y así todo.
Con todos los elementos en su lugar, queda relajarse y disfrutar de los ¿mejores? combates cuadriculados, embutidos con más o menos tino en un mundo mágico, preferiblemente si se trata de un mundo cuyo nombre acabe en -ia, como Symphonia o Gaia (alejaos de nombres patológicos como Diplopia o Ataxia, de ser posible). La idea es que estas jaulas/pasillos/guatevah sirvan de escenario para que nuestros andróginos actores y bellísimas actrices den vida a una llamativa pero igualmente cutre novela de folletín oriental. Escuece, porque bien sabéis que es cierto.
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