La de este raro ejemplar tecnológico de Sega, siempre me ha parecido una historia fascinante. Una consola de 32 bits, que en plena prehistoria poligonal, donde las 3-d eran aún demasiado primitivas, por mucho que revolucionaran (y no lo niego) el sector, dejó un sabor agridulce en la industria, que con el tiempo, con el paso de años y años se ha convertido en un regusto dulcísimo y embriagador. Se ha revalorizado sentimentalmente. No fue un rotundo éxito en ventas, ni mucho menos, y sucumbió ante ese fenómeno de masas llamado Playstation y en menor medida ante la maravillosa Nintendo 64, siendo finalmente la tercera en discordia.
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Huele a coco. Huele a fresas salvajes. Huele a salitre. Las olas color turquesa muerden las rocas y salientes más afilados. Tres gaviotas se pelean por los restos de un cangrejo ermitaño que han aparecido semienterrados en la fina arena blanca. El viento cálido, cabalga entre palmeras y matojos amarillentos, azotando con fuerza la vegetación. Otra noche más en mi isla desierta. Otra noche más de cielo negruzco cubierto por miles de puntitos resplandecientes como si de pequeños cachitos de diamantes se tratara…
Otro luna más en ésta maldita isla abandonada. En Isla Vacío. Y yo tumbado, vestido con harapos y con una larga barba negra sentado junto a la orilla escuchando el susurro del mar. Desde ésta isla perdida en los mapas y en el tiempo, lanzo a las frías aguas de internet una pequeña botella de cristal con mensajito dentro. Una botellita que flotará entre calamares gigantes, tiburones de gélidos ojos metalizados y tifones escupidos por las nubes grises, que lleva escrita en su interior los nombres de los únicos amigos que he tenido en ésta maldita isla a la que naufragué tras un impacto con mi velero en plena tormenta. Mis cómics.
Meses de soledad en un puntito minúsculo del océano pacífico. He perdido entre la arena la noción del tiempo y la esperanza de que alguien pueda socorrerme algún día.
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Konami/ Drama emocional-Acción/ Bendito 2008/ PS3
Mírale. Allí, junto a la ventana. En el asilo de héroes consumidos por la vida. Inmóvil. Sentado en una destartalada silla de ruedas. Con la mirada ausente mientras el frío viento de otoño acaricia su canosa melena. A su derecha en una mesita de madera, una caja de medicamentos y un cenicero repleto de colillas. Un enfermero de bata blanca deja caer unas palabras con voz vacía:
–Hora de la medicación, viejo… – dice, mientras con una mano abre toscamente la boca del anciano y con la otra le introduce en ella 4 pastillas enormes de distintos colores obligándoselas a tragar.
El hombre de la larga melena encanecida, traga y balbucea algo sin sentido. Sus ojos siguen perdidos contemplando un árbol caduco que reposa al otro lado de la ventana. Un árbol desgastado cuyas raíces están completamente cubiertas por un manto de hojas secas. La boca del anciano segrega unos hilillos de baba. El silencio vuelve a ser absoluto.
En el pecho, a un costado de un jersey marrón de lana, lleva cosida una plaquita. En ella hay dos palabras: Solid Snake.
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Verde como las hojas húmedas de un árbol cuando son mecidas por el viento. Verde como una botella de Heineken repleta de dulce magia. Verde como la luz del semáforo que nos desvía hacia a la carretera de los sueños. Verde como la esperanza que brota cada noche en las cavidades de nuestros corazones…
Verde. Como el ropaje de Link o ese Peter Pan que nos arrastra de la mano, entre nubes de algodón y atardeceres con olor a mandarina al País de Nunca Jamás. A Hyrule. Y una vez que visitas esas tierras, créeme, nunca podrás arrancártelas de tus retinas. Ni por mucho que broten ríos de lágrimas mientras lloras.
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