Esta es una de esas historias sobre las malas prácticas de ciertas compañías que todos conocemos y que, por su originalidad, he querido comentar en el blog. No se trata de un caso más de facturas fantasmas o altas involuntarias, ya que no merecería la pena escribir una entrada porque a través de una simple búsqueda en Google podemos encontrarnos con cientos de casos. Este relato trata acerca de la arbitrariedad que tienen estas empresas a la hora de interpretar los contratos, normalmente sin aviso y siempre en contra de los intereses del cliente.
En enero del año 2010 me dispuse a cambiar de compañía de móvil y recibí una contraoferta de mi compañía actual, una con nombre de color y de fruta que, para evitar problemas legales, llamaré «Naranja«. Me ofreció un nuevo teléfono y descuentos en las próximas facturas, y acepté firmando un compromiso de permanencia de 18 meses. El terminal lo recibí un par de semanas después, tras pago al mensajero de unos 90€ (los móviles que me daban gratis no me convencían) y ahí empezó mi calvario.