Huele a coco. Huele a fresas salvajes. Huele a salitre. Las olas color turquesa muerden las rocas y salientes más afilados. Tres gaviotas se pelean por los restos de un cangrejo ermitaño que han aparecido semienterrados en la fina arena blanca. El viento cálido, cabalga entre palmeras y matojos amarillentos, azotando con fuerza la vegetación. Otra noche más en mi isla desierta. Otra noche más de cielo negruzco cubierto por miles de puntitos resplandecientes como si de pequeños cachitos de diamantes se tratara…
Otro luna más en ésta maldita isla abandonada. En Isla Vacío. Y yo tumbado, vestido con harapos y con una larga barba negra sentado junto a la orilla escuchando el susurro del mar. Desde ésta isla perdida en los mapas y en el tiempo, lanzo a las frías aguas de internet una pequeña botella de cristal con mensajito dentro. Una botellita que flotará entre calamares gigantes, tiburones de gélidos ojos metalizados y tifones escupidos por las nubes grises, que lleva escrita en su interior los nombres de los únicos amigos que he tenido en ésta maldita isla a la que naufragué tras un impacto con mi velero en plena tormenta. Mis cómics.
Meses de soledad en un puntito minúsculo del océano pacífico. He perdido entre la arena la noción del tiempo y la esperanza de que alguien pueda socorrerme algún día.
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