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De todos es sabido que los precios de los videojuegos en España no son precisamente baratos, sobre todo si los comparamos con los de UK, de ahí el auge cada vez mayor de la importación. Pero algo que no solemos tener en cuenta cuando comparamos precios es el salario medio de cada país. Por ejemplo, los ingleses ganan prácticamente el doble que nosotros, pero sus juegos además son más baratos, por lo que el ocio electrónico les sale realmente muy económico, pero ¿cómo de económico? Eso es lo que intento aclarar en el gráfico que os dejo a continuación:

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Desde tiempos bien remotos, los videojuegos han sido sometidos a exámenes por los mejores guionistas. Según ha ido trascendiendo las diferentes épocas del entretenimiento virtual, se han cuidado más los diálogos y textos aparecidos incluso modificados finalmente por los diseñadores o creadores de la idea original. Esto sitúa a los videojuegos a la altura del cine, la televisión o la literatura, sin ir más lejos. ¿Qué pasa cuando un juego carece de comunicación verbal? ¿Es verdaderamente importante el uso del lenguaje tal como lo conocemos en los videojuegos? ¿Es importante un buen guión?

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Parece que, con Assassin’s Creed Revelations, Ubi Soft ha dado por terminadas las historias de Altair y Ezio. Pero, por supuesto la saga no se para. El siguiente episodio ya lleva un tiempo en desarrollo, pero la compañía francesa va otro paso por delante y ya piensa en el siguiente juego a ese, que no saldría hasta 2013, y quiere conocer la opinión de los jugadores sobre qué ambientación y época les gustaría para él. Para ello han dado una serie de propuestas a algunos fans (no es una encuesta pública), que sin duda resultan muy jugosas todas ellas. Son las siguientes:

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Se dice que es en las situaciones límite cuando se conoce de verdad a una persona. Tal afirmación parecería descabellada si no fuera porque cada vez que ocurre una situación extraordinaria se cumpliese a rajatabla. La mayoría de nosotros, personas de bien que no tienen muchas preocupaciones, no hemos pasado por tales momentos, aunque seguro que habrá alguien que haya vivido un mal rato y haya descubierto que la persona en la que confiaba no era más que alguien rencoroso, hipócrita o rastrero. El inquietante Joker de Heath Ledger puede ser una buena aproximación de esto, ya que se «tomaba la molestia» de usar cuchillos para «conocer mejor» a las personas que tenían la mala suerte de cruzarse en su camino. Eso sí, los trucos de magia con lápices del Joker no tienen comparación.

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Antes de nada, os hablaré un poco de mí y os pondré en situación: hacia finales de los 80, yo era un crío de unos 10 años aburrido ya de jugar a playmobiles, He-mans y similares, y deseoso de descubrir un nuevo hobby al que dedicar mi tiempo. Sabía de la existencia de los videojuegos por una consola con el Pong que había por mi casa y de una maquinita de las del tipo Game & Watch que me regalaron por la primera comunión. Pero en honor a la verdad, ninguna de las dos me había llamado la atención y ambas pasaban su tiempo en el fondo de un armario. Pero todo cambió una tarde…

Me acuerdo de aquella tarde como si fuera ayer; era un gris día de invierno en el que para más inri tocaba visitar con mis padres a unos parientes que vivían en la otra punta de la ciudad. Ya empezaba a aburrirme cuando mi primo me enseñó un aparatito al que llamaba ordenador personal (creo que un Amstrad o un Spectrum), y que había sacado a sus padres con la promesa de usarlo para estudiar.

Enseguida metió un juego y todo cambió… ante mí se desplegaba un mundo de diversión a todo color, lleno de criaturas fantásticas y escenarios de ensueño… ¡y lo mejor de todo era que yo era el protagonista absoluto, yo dirigía al héroe látigo en mano, avanzando a toda prisa por un castillo maldito y matando monstruos sin piedad! ¡No quería dejar de jugar, era lo más divertido del mundo! Mucho más tarde descubrí que este juego era el gran Castlevania de la no menos grande Konami. Pero lo importante es que esta experiencia me dejó marcado. Desafortunadamente la visita tocó a su fin y hubo que volver a casa.

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Hay veces en las que uno no se puede fiar ni de su mejor amigo, aquel con el que se han compartido tantos momentos, secretos, tragos o cosas mucho más íntimas y pecaminosas. Otras vez uno no se puede fiar ni de sí mismo. Me pongo como ejemplo cuando no quiero gastar dinero y por oscuras razones aparezco en la sección de videojuegos de cualquier tienda con un título en la mano. Pero el colmo de la desconfianza viene cuando uno no puede fiarse ni siquiera de su cerebro, esa mole gelatinosa que según el Brain Training puede pesar alrededor de kilo y medio, según lo listo que se sea.

La imagen que abre este post es la clara demostración de que uno no se puede fiar de su cerebro, ese pequeño ordenador portátil que todos llevamos dentro del cráneo. Es lo que se llama una ilusión óptica y viene a demostrar que nuestro pequeño pudin de neuronas no es tan perfecto como dicen, tiene sus fallos como todo. La sensación de ser estafado por el cerebro se acentúa al contemplar la solución o peor aún, una demostración real. A fin de cuentas lo que hace es procesar información para que el cuerpo sepa desenvolverse más o menos bien en el entorno que le rodea. Evidentemente sirve para más cosas pero aquí no estamos para estudiar anatomía, fisiología o cualquier otra -logía.

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Gracias a nuestra afición a los videojuegos, hemos sido agraciados durante nuestras vidas de numerosos momentos irrepetibles, grandes experiencias delante de la pantalla que han conseguido asegurarse un pequeño hueco en nuestra memoria, no obstante, como no todo el campo es orégano, hemos tenido la “suerte” de experimentar grandes traumas. Señoras y señores del jurado, hoy les hablamos del “momento liebre

Antes de seguir pongámonos en situación, puede que no todos hayamos tenido la experiencia de conducir en plena noche por un carretera comarcal y encontrarnos con una liebre en nuestro camino, pero lo que sucede en esos momentos vitales para nuestro pequeño colega mamífero, es quedarse totalmente inmóvil sin parar de observar esas dos luces que se van haciendo cada vez más grandes, la verdad es que desconozco si en esos instantes está disfrutando viendo la pequeña película de su prolífica vida pasar ante sus ojos, pero lo malo es que si ha tenido la mala suerte de cruzarse en nuestra trayectoria, lo más seguro es que en el cielo de las liebres haya un nuevo inquilino con una pregunta en la cabeza “¿Pero qué…?”. Sin embargo, como nos indicó Darwin (ese magnífico entrenador pokémon primigenio), podemos demostrar los lazos que nos unen con nuestro mundo animal, observando que ese pequeño mecanismo de defensa ha sido heredado también en nuestra especie. Es cierto que ha podido ser de utilidad durante la evolución, pero en el ocio digital, existen pequeños momentos en los que no podemos reaccionar, nos quedamos atónitos a la pantalla y al cabo de unos 15 segundos nos viene a la mente “¿Pero qué…?”. Claro que sí, os hablo de esos momentos de inexperiencia o extremos cambios en la dificultad, que consiguen vapulearnos en décimas de segundo, dejándonos un regusto de inutilidad en el fondo de la boca.

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Con el desenfrenado avance tecnológico, debemos adaptarnos constantemente al día a día moderno. Podemos observar las distintas transformaciones que sufren todas aquellas cosas que creíamos conocer tan bien. Cosas que se achican o se agrandan, que toman lo poco que les sirve de lo viejo, para mejorarlo y adaptarlo a nuestras crecientes necesidades. En ese estado de adaptación constante en el que nos encontramos, uno de los factores principales que nos preocupamos por actualizar es el de nuestro vocabulario. Al igual que hace la tecnología, adaptamos, recortamos, alargamos y transformamos términos antiguos o incluso nos inventamos alguno nuevo, para poder etiquetar todo aquello que nos rodea. Esta creciente necesidad de denominar cada cosa nueva que vemos por el mundo, la utilizamos para una verdadera infinidad de posibilidades. Etiquetamos desde actitudes y estados de ánimo, pasando por acciones, objetos y puntos de vista, hasta llegar incluso a las tendencias y modas, cada vez más cambiantes. Como todo, es fácil caer en el error de la malinterpretación, el uso indebido e, incluso, en el de la desinformación.

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