Los hombres también lloran
A muchos de nosotros nos ha tocado vivir en una época mas o menos maravillosa, repleta de increíbles avances tecnológicos como las cremitas de baba de caracol o las pulseras Power Balance y sus posteriores derivaciones. A pesar de haber llegado a la mismísima Luna, el ser humano sigue siendo mas o menos como siempre, salvo en algunas ocasiones en las que parece que gana el sentido común.
http://www.pixfans.com/wp-admin/post.php?post=23314&action=edit#edit_timestamp
Pero a pesar de todo, hay aún algunos detalles que hay que pulir y que seguro nos harían la vida un poco mas satisfactoria, como los prejuicios. Hay que admitir, que en mayor o menos medida, la mayoría de nosotros, simples mortales, tenemos algún que otro prejuicio. Bien sea por el color del pelo, la raza, religión o consola.
Y es que el mundo de los consolas y por extensión el de los videojuegos, también está minado de prejuicios a mas no poder. La prueba empírica es fácil de realizar. Simplemente hay que colocar en una habitación cerrada a un Sonyer y a un Xboxer y empezar a tomar nota de todos los insultos e improperios que se lanzarán. Los usuarios de Wii no suelen tener nunca problemas con nadie (mas majos que son).
Y es que parece que desde hace un tiempo el mundo de los videojuegos está un poco demonizado y ninguneado por la sociedad en general. El prejuicio se origina en los siempre útiles medios de comunicación que lanzan noticias nada amarillistas sobre ese niño que mató a sus compañeros de colegio porque tenia una consola en casa. Ahí nace el prejuicio y se instala en las mentes de muchos padres y madres, ya que si la tele dice que los juego son nocivos, carentes de toda virtud y malignos, es que lo son. Pero aún así, podemos alegrarnos de que haya padres que compren consolas a sus hijos, les paguen religiosamente la cuota del WoW y que sobre todo, les regalen a sus infantes por su duodécimo cumpleaños una flamante copia de GTA IV.
Seguramente muchos de nosotros, jugadores habituales u ocasionales, hayamos sufrido en nuestras carnes la injusticia de algún prejuicio salido directamente de la boca de papá o mamá. O peor todavía, de algún compañero jugón que recrimina elegir tal o cual juego o consola.
Un prejuicio muy extendido por toda nuestra sociedad moderna es que los hombres no lloran. Si lo hacen es que son unas nenazas blandurrias que no resistirian ni un soplido. Es algo casi hasta lógico ya que todo los prototipos de hombres que vemos, bien sea en televisión, cine, literatura y videojuegos suelen ser bastante “machos”. Tipos duros que reciben un balazo como si nada mientras se beben una botella de whisky, mientras revientan a tiros a montañas de enemigos sin remordimiento alguno. Todo un ejemplo a seguir. Aparte de que, en teoría, un hombre de verdad es como una montaña, no muestra sus sentimientos ya que eso se supone que es una debilidad. Simplemente hay que recordar la despedida que le dió Leónidas a su mujer. Si le decía lo maja que era automaticamente dejaba de ser un espartano.
Los que formamos parte de la comunidad jugona somos una amplia mayoría masculina (aunque ya van apareciendo mas jugadoras). Hombres duros que disfrutan de una buena partida al título deportivo de turno o al modo horda de un shooter estándar en dificultad extrema. Pero parece ser que en el devenir del desarrollo de algunos juegos se ha ido dando importancia a la implementación de historias, argumentos, sentimientos y personalidades que dotan a algunos personajes de un aura especial, un algo que nos lleva al punto de cogerles cariño (todo el mundo recuerda a Cait Sith).
Es por eso que mas de uno se asombra cuando siente que la garganta se le agarrota, empieza a sentir unos extraños escalofríos y los ojos empiezan a humedecerse. Y es que, los hombres también lloran. Sin ir mas lejos tenemos un gran ejemplo en el cine, en esa masterpiece del nada predecible Michael Bay que es Armageddon, donde uno de los machos alfa por excelencia, Bruce Willis, se le caen las lagrimillas despidiéndose de su hija, ya que no la va a volver a ver en algún tiempo. Chuck Norris es tema aparte.
Es algo fascinante como una película puede evocar sentimientos tan fuertes como para hacer llorar a una persona y que se sienta mal. Lo mismo ocurre con la música, pues hay algunas piezas que se quedan tan bien grabadas en nuestro cerebro que activan ese misterioso interruptor emocional y el nudo empieza a formarse en la garganta.
Personalmente, siempre me ha resultado un tanto imposible y extraño que un libro pueda hacer llorar a una persona. Pero tengo que decir que ya no me resulta un misterio. He sufrido en mis carnes ese sentimiento de impotencia y tristeza máxima cuando algún personaje muere inesperadamente. O también cuando ese final feliz que se ansía tanto se va al garete por alguna tontería y se convierte en un final terriblemente triste.
Y con los videojuegos viene pasando lo mismo en estos últimos años. Han pasado de ser un mero entretenimiento a ser un vehículo perfecto para transmitir emociones y contar historias. Consiguen que nosotros formemos parte de él teniendo que tomar decisiones a veces difíciles o llegando incluso a romper la cuarta pared como pasó al final de Assassin’s Creed II, donde cierto personaje mira directamente a los ojos del mismísimo jugador. Luego hay algunos juegos muy puñeteros que se empeñan en hacerle pasar un mal rato al dueño del mando como manera de contar algo, como por ejemplo en los primeros Silent Hill, del cual todo el mundo recuerda aquella radio que cuando empezaba a sonar activaba el resorte necesario para tensar los glúteos.
Debe de ser muy complicado ser capaz de hacer llegar todos esos sentimientos al jugador y que este sea capaz de empatizar con lo que esta observando y escuchando. También el jugador puede pasar del tema y no sentir nada y enarbolar la gran frase. “Es solo un videojuego”.
Cuantas veces habré escuchado tan odiosa frase de boca de algún listillo/a que cree estar en posesión del conocimiento mas aplastante posible y que menosprecia cualquier cosa que no es de su gusto. Además la mayoría de las veces la frasecita en cuestión se lanza sin conocimiento de causa, sin haber cogido en la vida un mando y, por ejemplo, tomar de la mano a Yorda para escapar del casitllo. O ayudar a Snake a cruzar aquel interminable pasillo que le conducía hacia el corazón de los mismísimos Patriots. O descubrir la terrible verdad que se esconde en Heavy Rain. Y es que es muy fácil criticar algo que se desconoce, pero mas que fácil es estúpido. Es por esa razón por la que quizá muchos de nosotros podamos comprender a los demás cuando se emocionan. Yo por ejemplo puedo comprender perfectamente las enfervorizadas pasiones que levanta el fútbol o cualquier deporte, y si me pillas de buen humor puedo hasta entender las manadas de niñas fanáticas que se desviven por el ídolo pop de turno.
El ejemplo del fútbol es muy bueno, ya que viendo cualquier partido decisivo o extremadamente crucial se puede observar los dos extremos del espectro de las emociones, la alegría y la pena. Miles de personas, hombres y mujeres llorando por la derrota de su equipo mientras que otros tantos miles se regocijan en las mieles de la victoria de su club. Y es que nada hay mas humano que mostrar los sentimientos, siendo la causa lo que menos importa.
Nadie es mas débil por emocionarse gracias a algo que le ha tocado la fibra sensible, simplemente se comporta como un ser humano. Y en nuestro caso, hombres de bien que comen alambre de espinos y mean napalm, llorar no nos degrada ni nada parecido, simplemente somos como tenemos que ser, humanos.
Si nos ponemos a enumerar momentos de la historia del cine/literatura/videojuegos en los que las lagrimas han brotado no acabaríamos nunca, pues son muchísimos, además para eso están los comentarios. Pero como nota personal, diré que lo pasé realmente mal cuando terminé de leer En algún lugar del tiempo, o aquella vez al final de Cuando el viento sopla. Y en videojuegos yo me quedo con dos momentos que me marcaron profundamente. Uno es por culpa de Agro, el fiel corcel que nos juega una muy mala pasada en Shadow of the Colossus. El otro es por culpa de Hideo Kojima, que obligó a toda una legión de jugadores a poner fin a la batalla contra The Boss de una manera inevitable en Metal Gear Solid 3: Snake Eater. Ese recuerdo, es el que produjo la única lágrima que derramó Big Boss, y es que, los hombres también lloran.
Deja tu huella
Crea tu avatar