Hironobu Sakaguchi y su Lost Odyssey…
Cuando en Squaresoft (ahora fusionada con Enix) le invitaron a salir por la puerta trasera con una delicada patada en el culo, por el tremebundo descalabro económico que resultó ser la megalómana película Final Fantasy : The Spirits Within, Hironobu Sakaguchi, padre espiritual de la saga Final Fantasy, debió ser lo más parecido a un viejo samurai desterrado, casi un Ronin, relamiéndose las heridas junto a un manto de hojas caidas de un cerezo en flor. Con mirada agria y noble a la vez. Humillantemente consumido, devorado, por su propia criatura. Estrangulado por un Frankenstein de descomunal altura al que no supo o pudo adiestrar. El relámpago había estallado y había golpeado de lleno en Sakaguchi, abriéndole en canal. Lo más triste de todo resultó ser, que la tormenta llevaba prevista desde demasiado tiempo atrás…
Hironobu, mitad guionista, mitad productor, mitad mago, sintió por primera vez desde hace demasiados años, la vieja sensación del vértigo de sentirse en paro. Bien es cierto que con los bolsillos repletos de lingotes de oro a uno es más difícil que le arrastre el viento, pero a fin de cuantas estaba sin empleo. Cualquier otro multimillonario hubiera optado por reírse de su destino, dejarlo todo y comprarse una escalera de oro con la que poder escalar a la más esponjosa y alta de las nubes para poder contemplar los amaneceres con gafas de sol Ray Ban mientras toma un Whisky con hielos. Pero nuestro hombre, obviamente no. Lleva incrustado en su pecho un ardiente corazón nipón. De esos que laten orgullosos incluso frente al mismo hedor de la muerte. Sakaguchi sentía que aún tenía demasiadas cosas que transmitir como para que le acallasen cortándole la lengua.
Hay personas que nacen en días cálidos, otros en noches de luna llena, algunos lo hacen en inviernos nevados y otros en ardientes primaveras, y se dice que eso influye sobremanera en el carácter de la persona, marcándolo a fuego, Hironobu Sakaguchi vino a este mundo un 25 de noviembre de 1962, y sólo Dios sabe qué clase de fuerzas místicas flotaban en la brisa en aquel instante, pero tengo claro que no se trataba de un día gris. Es imposible que lo fuera…
Y es que si entramos a analizar un poco, algunas de las principales filias y fobias de este gurú de los rpgs, hay un tema que parece obsesionar desde la infancia a Sakaguchi: La Revolución industrial. El nacimiento de las enormes fábricas oxidadas y la manera en la que ahogaban al mundo entero en espesas nubes negras. Un enorme salto evolutivo para la humanidad, que tiro de pértiga para avanzar socialmente hacia una nueva era del bienestar, pero que como toda revolución dejó sus «cadáveres» en las cunetas: millones de obreros explotados hasta la extenuación y una de las mayores fijaciones de Hironobu: la forma en la que la revolución industrial, las fábricas de hierro y sus pabellones de acero impactaron en la madre naturaleza. En el planeta. Probablemente la primera gran muesca hacia el tan manido y nauseabundo Cambio Climático.
Casi puedo ver a Sakaguchi, de niño, jugando en una enorme campa plagada de flores, en primavera, junto a un riachuelo de agua cristalina y árboles erectos de hojas «sabor hierbabuena», y me imagino, años más adelante al mismo tipo, ahora ya de adulto, visitando con tremenda ilusión aquel lugar que marcó su infancia con bellos recuerdos y olores de brisas primaverales, horrorizado ante la visión de aquel paraje desolado, que nada tenía que ver con el de sus recuerdos y que ahora se había convertido en un amplio solar ocupado por una fábrica gris que vomitaba humo, como un viejo borracho en un callejón mojado. Tuvo que ser casi como cuando echas disolvente a un precioso cuadro de vivos colores y como consecuencia sólo queda un miserable lienzo.
Lo que está claro es que muchas de las mayores obras en las que ha participado (Final Fantasy VI, VII o su reciente Lost Odyssey de la Xbox 360) tratan sobre un terrible imperio erigido sobre una revolución mágica que a base de fábricas y aparatos roñosos chupan la sangre, el espíritu del planeta. Que el que quiera entender, entienda. Hablando del pasado, me gustaría referirme, y probablemente este artículo haya nacido por esto, a la forma en la que ultimamente, algunos «iluminados» ningunean a la figura de Sakaguchi, tachándole de un mero productor o de un pseudo guionista ñoño y mediocre.
No voy a ser yo el que diga que estamos ante uno de los mayores y mejores escritores que nos haya deparado la historia del videojuego, porque sería faltar a la verdad. Pero Hironobu Sakaguchi es, guste o no, el padre de una de las sagas más importantes de los videojuegos: Final Fantasy, que vino a ser la fantasía final de una compañía, la vieja y dorada Squaresoft que estaba al filo de la bancarrota y la cual quería despedirse lo más dignamente posible del sector lanzando en el año 1987 un rpg llamado Final Fantasy. Eran otros tiempos, la industria del videojuego estaba mucho menos madura, todo era más puro y noble quizás, pero el resultado fueron ventas millonarias y como consecuencia una de las sagas más veneradas y exitosas de todos los tiempos.
Ahora que Sakaguchi ha sido largado de Square-Enix, parece que en algunos foros del sector, se está intentando minimizar la importancia (para mí capital) de nuestro hombre. Se dice, se cuenta, se comenta en los mentideros del teclado, que la verdadera fuerza motriz en los mejores momentos fue Yoshinori Kitase, un genial director (cosa que reconozco y admiro) y que Hironobu no era más un ejecutivo encorbatado que pasaba por allí a tomarse un café y ver qué tal iban las acciones de la compañía en la bolsa. Y eso es algo que nunca toleraré y que gracias a su marcha de la compañía ha quedado más que demostrado. Tras fundar en el año 2004 el estudio Mistwalker, Sakaguchi cogió las riendas de un nuevo caballo salvaje y se puso a hacer lo que mejor sabe: juegos de rol. Su pasión.
Para ello se rodeó de la otra alma mater de la saga y una de las mayores perdidas que en mi modesta opinión tuvo Final Fantasy, Mr. orgasmos sonoros: Nobuo Uematsu, genio compositor de algunas de las más bellas BSO que hayan existido jamás, con momentos cumbre como FFVI, para mí su mejor obra musical, absolutamente magistral en lo sonoro y mi Final Fantasy favorito o FFVII sobre el que creo que sobran las palabras. Juntos parieron 2 grandes obras (Blue Dragon y Lost Odyssey), que sin llegar a ser tan perfectas como algunas de sus predecesoras, tienen ese mágico toque o feeling Sakaguchi que no siento en juegos recientes de la saga de S-E como Final Fantasy X (donde Sakaguchi no pintó absolutamente nada, y estaba apunto de ser despedido), el peculiar FF XI o el Final Fantasy XII del genial Matsuno (una de mis debilidades) que por mucho que me guste ese juego, obviamente rebarnizó la esencia de los Final Fantasy a su gusto, hasta transformar el juego en un híbrido entre Vagrant Story y Final Fantasy tactis. Es otra cosa, mejor o peor, pero otra cosa…
Lo que quería transmitiros con estas palabras es que Sakaguchi tendrá defectos, viejos vicios adquiridos y una visión muy particular (para algunos infantiloide) de cómo hay que hacer un rpg, pero cuando uno juega al Blue Dragon y sobretodo al más reciente Lost Odyssey en los que él es el guionista y director de ambos títulos, gustos aparte, el san benito de que Hironobu no pintaba un carajo en los Final Fantasy cae por su propio peso. Por no hablar de los juegos que están bajo la producción de, ¡oh! nuestro Kitase desde que Sakaguchi fue desterrado: la nauseabunda y ultracomercial compilación FF VII, ese Operación Triunfo de medio pelo llamado FF X-II… vamos, nuevos tiempos sin duda. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
Las cartas están sobre la mesa. Y están totalmente al descubierto. Cuando uno juega al Lost Odyssey (su última obra), siente, saborea el viejo feeling de los Final Fantasys más queridos. La revolución magico-industrial, el silencioso y atormentado Kaim (que huele a FF VIII), el humor burdo de Jansen, ese rey títere llamado Tolten, el maléfico nigromante llamado Gengara oculto entre sombras, el sistema de combate, la forma en la que aprender las magias, criaturas carismáticas como los Kelolon que son la respuesta directa a los Moguris de Final Fantasy y todo trufado por el drama de la inmortalidad, la maldición Draculiana de ver como todos tus seres queridos van marchitandose con los años hasta desvanecerse eternamente como un pétalo en el agua mientras tú te mantienes exactamente igual, año tras año.
Pero por encima de todo, está el toque (y es que no se cómo coño llamarlo) de Sakaguchi, que sabrán apreciar los fáns de toda la vida: la citada revolución magico-industrial con esos escenarios tan FFVI-FFVII , con enormes fábricas vampíricas que chupan la energía vital del planeta tierra, detalles como pasar la noche en un albergue y ver secuencias nocturnas totalmente reveladoras mientras algunos personajes duermen y la trama se afila junto a melodías misteriosas, las clásicas cuevas, montañas, bosques encantados y aldeas Sakaguchianas, la forma en la que los jefes Finales se nos aparecen y la rutina con la que vencerles…
Hablo de sensaciones. Casi sentimientos. Lo cual hace que me resulte muy complicado explicarlo, definirlo con simples palabras. Espero que los que hayan disfrutado con los añejos Final Fantasys comprendan un poco de qué va todo este rollo. Y es que para mí, con sus defectos, con sus filias y fobias tan marcadas, Hironobu Sakaguchi es un bendito cuenta cuentos, un artesano de las emociones que teje hermosos telares lúdicos y que sin llegar a ser el mejor guionista en su género, sabe imprimir mejor que nadie ese mágico feeling suyo con el que sus rpgs transcienden hacia algo mucho más bello, más lírico, más … Sakaguchi. Yo lo tengo claro, hace años además: Soy un incondicional de su encanto. Mistwalker me vuelve loco. Y Lost Odyssey es, al menos para mí y aunque no lo sea oficialmente, el verdadero Final Fantasy X. El juego perdido. La odisea olvidada…
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