En caso de religión, Cortadora de Plasma
Todo el mundo recuerda en mayor o menor medida a los profesores que han ido moldeándole desde la tierna infancia hasta la infernal universidad. Hombres y mujeres que para ganarse el pan tienen que soportar a diario a una piara de pequeños engendros que rara vez tienen deseos de aprender algo. Pero se quiera o no, siempre hay algún profesor al que se le tiene especial cariño, bien sea por su simpatía, su manera de enseñar o su grata respuesta a los peloteos. Yo recuerdo con admiración y cariño a muchos profesores, pero en el rincón de mi mente dedicado exclusivamente a ellos, hay un rinconcito especial para una profesora de religión y para un profesor de física.
La profesora de religión era una mujer bajita y regordeta con una sonrisa permanente en el rostro. Enseñó a la clase que la Biblia era solo un libro y que para ser feliz en la vida, no había que andar jorobando al personal, nada de cosas místicas y toda la pesca tradicionalista. Un día llegó con una tele y con La Vida de Brian bajo el brazo y le regaló a la clase unos momentos inolvidables. Años mas tarde, el profesor de física, un hombre alto, calvo y con una voz que daba miedo, desentrañaba los misterios de cómo funciona la gravedad y la naturaleza dual de las ondas electromagnéticas.
Dos cosas tan opuestas como Ciencia y Religión cohabitan respetuosamente en mi memoria sin necesidad de que una esté por encima de otra. Esto lleva a la eterna batalla entre la ciencia y la religión, que tantos episodios sangrientos, estúpidos y escabrosos ha dado a lo largo de unos cuantos miles de años de historia. El problema viene cuando no se sabe con precisión qué es ciencia y qué es religión, dando esto lugar a la creencia errónea de que una de ellas es la encarnación del mal y la otra una especie de escudo contra las mentiras de la contraria.
El problema de la Ciencia es que la mayoría de la gente piensa que tiene respuestas absolutas para todo y que esas respuestas no pueden estar equivocadas. Este concepto de Ciencia está hoy en día muy difundido, cuando en realidad lo más emocionante que existe en cualquier rama científica es que algo que se creía conocer muy bien resulta ser falso, por lo que hay que abrir una nueva vía de investigación hacía lo desconocido pudiendo esperar al final una revolución.
El problema de la Religión (de casi todas las mayoritarias) es su necesidad constante de no ser cuestionada y de tratar de imponer sus criterios por encima de los que emanan del sentido común. Es una institución en la que un individuo no puede pensar por sí mismo y debe acatar las ideas del mandamás del culto. Es por eso que resulta curioso que el Papa, un varón que no puede mantener relaciones sexuales, proclame la inutilidad de métodos anticonceptivos como los preservativos.
Stephen Jay Gould, famoso paleontólogo y divulgador científico estadounidense, que saltó a la fama por no analizar el hueso del ángel de Springfield, escribió un libro titulado Ciencia versus Religión en el que exponía diversos argumentos para que ambas ramas de la existencia humana pudieran convivir en paz y sin fricciones. Cada parte implicada se la denominó como magisterio, dando lugar al Magisterio de la Ciencia y al Magisterio de la Religión. Pasó entonces a defender el principio de los Magisterios que No se Superponen (abreviado MANS). Este principio que a priori suena complicado es en realidad increíblemente simple. Basta con que la Religión no se debe meter en el terreno bien delimitado de la Ciencia y viceversa. De la misma forma que el Magisterio de la Ciencia no impone patrones de conducta y comportamiento, el Magisterio de la Religión no debería hacerlo.
Concretamente, el Magisterio de la Ciencia es el que se encarga de comprender el carácter objetivo de la Naturaleza y así conocer mejor el mundo que rodea al ser humano. Por otro lado, el Magisterio de la Religión busca definir el sentido de la vida y proporcionar una base moral para nuestras acciones. Pero a pesar de que Juan Pablo II aceptara de buen grado (debido a la abrumadora cantidad de pruebas) la teoría de la evolución en su encíclica Humani Generis, todavía hay sectores conservadores de la iglesia que no dudan en atacarla ferozmente sin atender a ninguna pregunta o razonamiento.
El libro del señor Gould se puede resumir en una frase que aparece en uno de los últimos capítulos. Decía: «MANS funciona siempre que uno apuntale su casa y admire la del vecino en cálida amistad». Básicamente consiste en que Ciencia y Religión se respeten mutuamente, ya que no hay ninguna incompatibilidad para tener en alta estima los dos magisterios. Sin ir mas lejos, grandes científicos de la historia han sido monjes o sacerdotes, como Lazzaro Spallanzani, sacerdote católico y profesor de universidad que en siglo XVIII refutó la teoría de le generación espontánea de vida que se había sacado de la manga otro sacerdote metido a científico que quería meter a dios ahí con calzador.
¿Qué pasa cuando por ejemplo, el Magisterio de la Religión pisa y absorbe al otro magisterio? Pues en el terreno de la realidad tenemos a la Santa Inquisición, que se sirvió del magisterio enemigo para diseñar ingeniosas máquinas de tortura que ayudaran a purificar de brujas y demonios el mundo para salvaguardar las almas de los pobres aldeanos de a pié. En el terreno de la ficción tenemos la novela 1984 (altamente recomendable) en la que el estado casi se convierte en religión, siendo el Gran Hermano el dios que vigila a todos sus adeptos por medios creados por el Magisterio de la Ciencia. En el cine está el terrorífico documental Campamento Jesús, cinta que no merece una descripción, ya que merece ser vista y masticada por el cerebro para sacar las pertinentes conclusiones.
En el terreno que más nos gusta, el de los videojuegos, hay una saga en la que este concepto de los Magisterios que se han superpuesto está perfectamente reflejado. No es otra que Dead Space, en la que el pobre Isaac Clarke las pasa canutas para sobrevivir al resultado de los delirios de grandeza de unos cuantos. Pero antes hay un grupo que merece unas líneas en este texto. Son los curiosos seguidores de Átomo, esa caterva de pobres almas errantes que se encuentran en las primeras horas de juego del genial Fallout 3, concretamente en Megatón. Resulta chocante ver como se adora sin miramientos de ninguna clase a una bomba termonuclear sin detonar en medio de un cráter, considerando al calor que emite y las cosquillas que produce algo divino.
Dead Space llegó a las consolas en 2008 y rápidamente se convirtió en uno de esos juegos que tenían ese algo más que lo hacía especial. El título de Visceral Games seguía alguno de los clichés mas típicos del cine. Chico conoce a chica, chico y chica se pelean, chica se marcha como médico a una nave minera interestelar a chorrocientos años luz de la tierra y echa de menos a chico. Chico va en su busca y se encuentra de repente atrapado en una nave llena de bichos con sed de sangre que tratan de desmembrarlo estratégicamente. No es que la premisa de estar encerrado en una nave llena de bichos feos en medio del vacío del espacio se parezca en absoluto a la genial película Alien de Riddley Scott, es simple casualidad.
En las dos entregas de la saga, el jugador encarna a Isaac Clarke, un ingeniero del montón que sólo quería reunirse con su novia pero que se ve de repente envuelto en una espiral de sustos y conductos de ventilación de la que tiene que salir como buenamente pueda. Como ya se dijo antes, la referencia a Alien es casi obvia, pero a diferencia del cine, el videojuego tiene un poder narrativo que es casi imposible de imitar en el cine. El recurso de contar el trasfondo o contexto de la historia mediante archivos de audio o texto es sorprendentemente efectivo. Tras un enfrentamiento con un grupo de bichos feos (llamados necromorfos en este caso) el encontrarse una cinta de audio era indicativo de unos momentos de tranquilidad en los que los glúteos podían relajarse y no había que estar atento a cualquier ruido extraño.
Durante los primeros compases del primer título de la saga todo se desarrolla de manera mas o menos normal. Típico protagonista encerrado en una nave espacial llena de extraterrestres y hay que salir a base de jarabe de palo. Los archivos de audio cuentan como los necromorfos van tomando la nave y toda la pesca, pero hay un archivo, uno en concreto que rompe en seco la línea de desarrollo del juego para desviarla por otra mas escabrosa y retorcida. Todo esto ocurre cuando la palabra Religión aparece por primera vez en uno de esos archivos de audio que se van encontrando. De pronto, el jugador pasa de estar en una «situación típica» a estar en medio de un embrollo causado por los fieles creyentes de un culto extraño.
Concretamente, la religión presente en el juego es la llamada Uniología, culto que se vale de la llamada Efigie para asegurar a sus fieles creyentes que a través de la muerte hallarán la paz eterna por medios un tanto oscuros. Su historia es como casi la de todas las religiones, en las que un mesías, en este caso Robert Altman, encuentra la dichosa Efigie, cree que es divina, se replica con la ayuda de la ciencia, muere y se convierte automáticamente en mártir. Todos estos ingredientes contribuyen a cocinar el resultado final de superponer los magisterios de Ciencia y Religión. Pero el problema viene cuando la efigie es capaz de reanimar a los muertos (infectados que no zombis) y convertiros en maquinas de desmembrar sedientas de sangre fresca.
El bueno de Isaac es capaz de sobrevivir al apocalipsis necromorfo de la primera entrega del juego. Pero todos esos errores se vuelven a repetir en la segunda entrega, en la que no sólo están los creyentes de la uniología si no que también está de por medio el gobierno que cree con firmeza que la efigie encierra la solución de todos los problemas de la humanidad. De una simple extractora planetaria como fue la USG Ishimura, la infección necromorfa pasó a la estación espacial El Eje. ¿Cuál será el siguiente paso si no la mismísima Tierra? Según los registros geológicos y paleontológicos de los que dispone el ser humano hasta el día de hoy, el planeta ha registrado 5 grandes extinciones a nivel planetario. Quizás haya una sexta y esta venga de la mano de los simpáticos necromorfos, que sin descanso cortan, trituran y por supuesto, desmembran. Todo ello por no saber delimitar con firmeza las fronteras de los Magisterios, por pensar que uno estaba por encima del otro.
A pesar de ser el siglo XXVI, de que el ser humano haya sido capaz de sobrevivir a sí mismo y llegar mas allá del Sistema Solar, ha vuelto a caer en las enrevesadas ramas del culto sin preguntas. Dead Space y su secuela son dos obras cumbres a la hora de vislumbrar qué puede pasar si los límites se desvanecen. Merecen ser jugados en profundidad, prestando atención a todos los detalles y matices que posee para luego sacar las conclusiones pertinentes (o no). Pero quién sabe, quizás algún día Ciencia y Religión puedan darse la mano como viejos amigos y olvidar las rencillas que tuvieron en el pasado. Pero si eso no ocurre, siempre se podrá recurrir al buenazo de Isaac Clarke para que con la ayuda de su fiel cortadora de plasma, nos recuerde el error que supone no llevarse bien con el vecino.
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