Cuando lo importante era disfrutar
Una mente inexperta tiene una capacidad para captar las sensaciones – nuevas todas ellas – de forma rápida, emergente y sobre todo amplificada de la realidad. Es por ello, que la frase “cualquier tiempo pasado fue mejor” nos molesta cuando somos adolescentes y empieza a gustarnos entrando en edades madurativas superiores.
Está claro que si algo añoramos los que vivimos en esta larga época del bienestar recordamos nuestra infancia como algo inmejorable, como una fiesta continua y nuestras vivencias serán recordadas una y otra vez en las contertulias entre amigos. Hubo un época donde una simple Game Boy aunaba tanta gente a su alrededor que daba igual qué el esférico rodara en el patio, todos disfrutábamos viendo como nuestro compañero empalmaba línea tras línea ad infinitum.
Hemos perdido esa mirada de niño – o niña – que cogía algo nuevo con la misma ilusión una y otra vez. Daba igual si el formato era el mismo, aquel juego era nuestro objeto trasicional[1] aquel elemento de repetición, pues nos producía placer. Daba igual si no podíamos guardar una partida, las comenzábamos de inicio tantas veces como hicieran falta. ¿Perdimos entonces la capacidad de disfrute?
Según la primera definición que podemos encontrar en la RAE, disfrutar es “Percibir o gozar los productos y utilidades de algo” así que mientras sigamos percibiendo las sensaciones que nos conducen a estar horas delante de un ordenador o televisor – al gusto – no deberíamos preocuparnos por tal problema.
¿Entonces cuál es la diferencia? Llegados a este punto deberíamos hablar de un elemento clave que nos diferencia en el presente de cuando éramos unos renacuajos recién salidos de la charca. Dicha diferencia no es otra que la intensidad, ya que debido a ésta nuestros sentidos recogen con menor o mayor frescura todo aquello que están percibiendo.
Cuando tocaba el timbre que anunciaba el fin de aquellas tediosas clases y daba comienzo la libertad en las junglas – también llamadas patio – lo importante era disfrutar, aprovechar aquellos escasos 30 minutos que nos daban de distracción. Normalmente se hacían cortos y si siempre hubiésemos vivido los estudios con la misma intensidad que lo hacíamos en el patio, la mayoría de los presentes hubiéramos sido mejores estudiantes.
Extrapolando esto a los videojuegos, siendo nosotros unos inexpertos con los mandos y ante la dificultad de poder conseguir algún título más que el inicial aportado por la compra de la consola. Lo importante no era analizar la calidad del producto en sí, muchos recordaremos juegos infumables que de ser analizados a día de hoy serian analizados bajo exhaustivo proceso desvirtuando aquello que en su día los hizo grandes.
Daba igual qué juego, éramos agradecidos, de hecho y puedo afirmar categóricamente que los niños – y niñas – que no estén muy acostumbrados a que les hagan regalos viven con la misma intensidad y disfrutan los juegos con la misma ilusión que cuando nosotros teníamos edades parejas. ¿Está ahí el éxito de la Wii? Nos olvidamos quizás a mirar los juegos con los ojos de un niño, nos olvidados a permitirnos el lujo de pasar todo un día jugando y con una sonrisa en la boca.
La experiencia es un grado que suma en muchas cosas, pero resta en detrimento de muchas otras. Así que no os mostréis orgullosos por saber más que nadie y preguntaros si el retoño que destroza sus juguetes – al que muchos tenéis a vuestro lado – sabe disfrutar más que vosotros de esa afición que tanto defendéis.
Mirad sino con la facilidad que cogen un juguete y se ponen a jugar a otro, las horas de su vida dedicadas a soñar, a experimentar, a utilizar o simplemente los objetos que se les presentan como algo totalmente diferente a lo que en realidad era su función. Fíjense, si pueden, en los garabatos desenfadados y llenos de incoherencia hechos por un retoño y comparen con el aburrimiento que presentan eso cuadros realistas sobre bodegones.
No es entonces extraño buscar en los videojuegos una precisión gráfica fuera de lo común, una sonoridad tan extrema que parezcan que las bombas caigan detrás de nuestra casa. Pedir que las historias sean más adultas es el mejor ejemplo para demostrar que hemos perdido cierta magia y que posiblemente vayamos profesionalizando un sector dirigido en un principio hacia el divertimiento.
No se equivoquen, no digo que no tenga que ser así, pero intenten no caer o cometer el error de criticar aquello que ya queda alejado de nuestros ojos. Lo que antes fue jugado tiene derecho a volver a nacer – de aquí los dichosos remakes – para que las nuevas generaciones cojan esa experiencia que creemos necesaria para poder exprimir y exigir un juego en su estado puro.
No caigan en el error de intentar que sus hijos – e hijas – vivan las experiencias de los adultos a la edad temprana que no les corresponde. ¿A alguien se le ocurriría subir a su hijo de 6/7 años en una atracción no recomendada para tal edad? No verdad, buscaremos actividades dentro del parque de atracciones adecuadas para su disfrute. No les hagan dejar de disfrutar por intentar acelerar algo que nosotros ya tenemos trillado, no se desesperen por ver el Wii Resort una y otra vez encendida en el salón de casa.
Porque ellos no tienen la culpa de haber nacido después de nosotros, porque se merecen crecer en la experiencia como nosotros. Porque un videojuego se debe disfrutar y luego aprender de él, para seguir disfrutándolo. Y sobre todo, porque nosotros que tenemos una capacidad de raciocinio mucho más elevado debemos dejar claro que lo importante es disfrutar.
[i] Objeto que mediante su uso ayuda al niño o niña a llegar a su etapa adulta con mayor seguridad.
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