El mundo de los videojuegos está avanzando muy deprisa, demasiado deprisa, muchos ya se quieren bajar agobiados ante semejante velocidad. Tras unos saltos generacionales relativamente continuistas, el que estamos viviendo ahora mismo parece más traumático de lo habitual, quizá un fin de ciclo de una forma de jugar con la que muchos nos criamos y que nos cuesta ver desaparecer. Nos parece que todo se hunde, que se termina lo bueno, que el progreso es el mal. Las voces apocalípticas resuenan, pero también las relativistas que llaman a la calma, a que no pasa nada, a que es lo normal, simple evolución.
Está claro que el progreso es necesario, y es una moneda de dos caras, una buena y otra mala, que casi siempre dependen de lo buenas o malas que sean las decisiones que respecto a él se tomen. Y por eso creo que no debemos quedarnos con la impresión de que nos resistimos al progreso, como muchas veces nos quieren hacer ver: nos resistimos a una evolución/involución que se nos vende únicamente como progreso, que son cosas distintas, o así lo veo yo.
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