Gracias a nuestra afición a los videojuegos, hemos sido agraciados durante nuestras vidas de numerosos momentos irrepetibles, grandes experiencias delante de la pantalla que han conseguido asegurarse un pequeño hueco en nuestra memoria, no obstante, como no todo el campo es orégano, hemos tenido la “suerte” de experimentar grandes traumas. Señoras y señores del jurado, hoy les hablamos del “momento liebre”
Antes de seguir pongámonos en situación, puede que no todos hayamos tenido la experiencia de conducir en plena noche por un carretera comarcal y encontrarnos con una liebre en nuestro camino, pero lo que sucede en esos momentos vitales para nuestro pequeño colega mamífero, es quedarse totalmente inmóvil sin parar de observar esas dos luces que se van haciendo cada vez más grandes, la verdad es que desconozco si en esos instantes está disfrutando viendo la pequeña película de su prolífica vida pasar ante sus ojos, pero lo malo es que si ha tenido la mala suerte de cruzarse en nuestra trayectoria, lo más seguro es que en el cielo de las liebres haya un nuevo inquilino con una pregunta en la cabeza “¿Pero qué…?”. Sin embargo, como nos indicó Darwin (ese magnífico entrenador pokémon primigenio), podemos demostrar los lazos que nos unen con nuestro mundo animal, observando que ese pequeño mecanismo de defensa ha sido heredado también en nuestra especie. Es cierto que ha podido ser de utilidad durante la evolución, pero en el ocio digital, existen pequeños momentos en los que no podemos reaccionar, nos quedamos atónitos a la pantalla y al cabo de unos 15 segundos nos viene a la mente “¿Pero qué…?”. Claro que sí, os hablo de esos momentos de inexperiencia o extremos cambios en la dificultad, que consiguen vapulearnos en décimas de segundo, dejándonos un regusto de inutilidad en el fondo de la boca.
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