Hay veces en las que uno no se puede fiar ni de su mejor amigo, aquel con el que se han compartido tantos momentos, secretos, tragos o cosas mucho más íntimas y pecaminosas. Otras vez uno no se puede fiar ni de sí mismo. Me pongo como ejemplo cuando no quiero gastar dinero y por oscuras razones aparezco en la sección de videojuegos de cualquier tienda con un título en la mano. Pero el colmo de la desconfianza viene cuando uno no puede fiarse ni siquiera de su cerebro, esa mole gelatinosa que según el Brain Training puede pesar alrededor de kilo y medio, según lo listo que se sea.
La imagen que abre este post es la clara demostración de que uno no se puede fiar de su cerebro, ese pequeño ordenador portátil que todos llevamos dentro del cráneo. Es lo que se llama una ilusión óptica y viene a demostrar que nuestro pequeño pudin de neuronas no es tan perfecto como dicen, tiene sus fallos como todo. La sensación de ser estafado por el cerebro se acentúa al contemplar la solución o peor aún, una demostración real. A fin de cuentas lo que hace es procesar información para que el cuerpo sepa desenvolverse más o menos bien en el entorno que le rodea. Evidentemente sirve para más cosas pero aquí no estamos para estudiar anatomía, fisiología o cualquier otra -logía.