¿Por qué me gustan los Sonics de 8-bits?
Sonic, Sonic, Sonic. Qué os voy a contar de Sonic que no sepáis ya. Su historia está tan manida que hasta mi madre sabe que anda un poco de capa caída últimamente, o al menos eso es lo que se comenta en los corrillos consoleros, porque hay opiniones para todos los gustos, y es que claro, si se le compara con la calidad de los últimos juegos de su más directo competidor, Mario, no sale especialmente bien parado, esa es una de las principales lacras del puercoespín azul en los últimos años.
Sea como fuere a nadie escapa que acaparó su mayor esplendor a principios de los 90 con sus entregas en 16 bits. Vio la luz en aquel lejano año 1991 otorgándole a Sega una mascota de altura, capaz de mirar directamente a los ojos al fontanero bigotudo, relegando directamente al ostracismo al pequeño Alex Kidd. Pobre Alex, qué injusto fueron contigo.
Mientras que todas las portadas y páginas de las revistas del momento se veían inundadas por las versiones “dieciseisbiteras” de Sonic, en la sombra se perpetraban unas suculentas e infravaloradas versiones para las consolas de 8 bits de Sega. Master System y Game Gear no quedarían huérfanas de su correspondiente ración de estela azulada. Bueno, estela por decir algo, porque mientras que los Sonics de Mega Drive se caracterizaban por su velocidad, los Sonics de sistemas menores tuvieron que conformarse con otro sistema de juego más pausado marcado principalmente por la escasez de potencia de estas máquinas. Y es aquí precisamente donde yo quería llegar…
Salvo el primer Sonic, algo más tranquilo, los demás juegos del erizo en Mega Drive se caracterizaban por una gran celeridad. Los continuos giros, loopings, muelles, saltos y acelerones hacían que el juego se convirtiese en un continuo ir y venir casi automático, en el que a veces sentías que no controlabas al personaje, y en el que cada fase se convertía en una agradable monotonía.
Antes de que soltéis a los perros tengo que decir en mi defensa que estos juegos me gustan, me parecen una “maravillosidad” del ocio electrónico, y unos completos imprescindibles para cualquier jugón. De hecho, en un principio pensaba titular al artículo “¿Por qué no me gustan los Sonics de 16 bits?”, pero no es verdad, si me gustan, y mucho, cogen la principal cualidad de Sonic, la rapidez, y la enarbolan hasta convertirla en su seña de identidad y rasgo más característico. Pero tengo que reconocer que me gustan más las versiones de 8 bits.
Estos juegos en consolas menos poderosas llamaban la atención por una jugabilidad más tradicional, más sosegada, con plataformas más correosas y difíciles de alcanzar, donde la exploración ganaba gran protagonismo, sobre todo para conseguir un elemento fundamental dentro del juego, las esmeraldas, que aquí se encontraban diseminadas a lo largo del mapeado de cada fase, en contraposición a las versiones mayores, las cuales se conseguían tras adentrarnos en las distintas fases de bonus. Tampoco me olvido de que en los Sonics de Mega Drive también había un fuerte componente de indagación, pero se trataba principalmente de descubrir determinados ítems que ayudaban en la progresión del juego, pero que no eran tan importantes de cara al final como las esmeraldas.
Como ya he comentado antes, la potencia gráfica de estas consolas interfirió en el resultado final de cada uno de estos juegos. Sin ir más lejos sólo tenéis que fijaros en el primer Sonic de Master System, en su primera pantalla aparece el televisor con el icono de la zapatilla, que como recordareis incrementaba aún más si cabe la velocidad del erizo, pues bien, no os molestéis en buscarla en el resto del juego, no aparece nunca más, eso sin tener en cuenta que aquel escenario andaba un poco escaso de detalles, un par de palmeritas por allá, tres enemigos por aquí y unos pinchos de propina, nada más. Y es que la consola hacía lo que podía.
A día de hoy recuerdo con morriña cómo utilizábamos esta pantalla como pretexto para picarnos yo y mis amigos haciendo auténticas contrarrelojes donde este power up era imprescindible para conseguir un buen tiempo, incluso el personaje llegaba a salirse de la pantalla. Hasta que un buen día uno de ellos se compró una Mega Drive con su correspondiente Sonic, nos faltó tiempo para remplazarlo por el de Master.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=lvFG90UZFQ4
También hay que reconocer que a todo esto había que sumarle nuestro “fantástico” sistema PAL, algo que nos ha lastrado hasta hace bien poquito. Si un juego como el Sonic de Master System podía resultar lento, no te quiero contar a unos fulgurantes 50 Hz, en contra de los 60 Hz del sistema NTSC que disfrutaban en Japón y América. Aunque tengo que reconocer que a mí me gusta jugar a esta velocidad (vale, ya podéis soltar los perros). Sí, me gusta jugar con tranquilidad, si tengo la opción de elegir la velocidad de un juego me quedo con los 50 Hz, ya sea por costumbre o por nostalgia, la cosa es que cuando elijo la opción rápida me pongo nervioso y me termino frustrando y volviendo a la opción lenta. Si, ya sé lo que estáis pensando, pero nunca dije que este fuese un artículo objetivo.
Como iba diciendo, Sega, lejos de tomarse este tipo de proyectos como meros ports capados (bendita Sega la de aquellos años) decidió replantearlos desde cero y darles un enfoque distinto. De esta forma el segundo representante de la franquicia distaba aún más una versión de la otra, mientras que Sonic 2 de Mega potenciaba la velocidad hasta niveles insospechados, el juego para Master y Game Gear optaba por elementos tan originales como un ala delta -que levante la mano el que le haya pillado el truco al cacharro aquel-, y los escenarios no tenían nada que ver con los de la versión de su hermana mayor. Eso sin olvidarse de Tails, cuya aparición aquí era casi testimonial, ya que mira por donde lo había secuestrado Robotnik (siempre me gustó más este nombre que el de Eggman), olvidando por completo su rol de escudero de Sonic.
Para los siguientes proyectos Sega eludió totalmente cualquier tipo de confusión entre unas versiones y otras, optó por ponerles subtítulos o coletillas distintas entre ellas, así la tercera parte del software de Mega Drive se tituló Sonic 3 a secas, y la de 8 bits pasó a llamarse Sonic Chaos, en honor al nombre de las esmeraldas. Esta opción me pareció bastante lógica, ya que poco o nada tenían que ver ambas versiones. Esto se convirtió en costumbre en el resto de juegos del erizo.
A diferencia de lo que pueda parecer, esta opción de hacer versiones alternativas según la consola no fue ninguna novedad para Sega. Poco antes habían tomado la misma decisión con otra saga emblema de principios de los 90 de la compañía japonesa: Castle of Illusion. El famoso ratón de Disney se paseó como mucha soltura por los circuitos de las máquinas de Sega, pero con alguna diferencia según una consola u otra. Por un lado la versión de Mega Drive apostaba por una jugabilidad más directa, un plataformas más ortodoxo que reforzaba todo lo que podía y más el apartado técnico, un gran juego al fin y al cabo. Por otro lado nos encontramos una opción de 8 bits que supo convertir la insolvencia técnica en una virtud, dándole una vuelta de hoja al guión del juego en cuanto a lo jugable se refiere, ya que se salpicó de pequeños puzles que proveían al juego una personalidad propia, que caló hondo entre los jugadores. Siempre he opinado que los puzles son a los videojuegos lo que el Avecrem para los guisos, si quieres dotar de profundidad y dinamismo a tus juegos sazónalo con una pizca de puzles y rompecabezas, el resultado final será mucho más jugoso.
A fin de cuentas todo esto no es más que una opinión muy personal, que unos compartirán y otros no. De todas formas todos salimos ganando, porque las dos formas de ver un juego, un personaje, son a la postre diversidad de sabores para nuestro refinado paladar de gamer.
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