¿Nos resistimos al progreso? O nos engañan para que creamos que lo es…
El mundo de los videojuegos está avanzando muy deprisa, demasiado deprisa, muchos ya se quieren bajar agobiados ante semejante velocidad. Tras unos saltos generacionales relativamente continuistas, el que estamos viviendo ahora mismo parece más traumático de lo habitual, quizá un fin de ciclo de una forma de jugar con la que muchos nos criamos y que nos cuesta ver desaparecer. Nos parece que todo se hunde, que se termina lo bueno, que el progreso es el mal. Las voces apocalípticas resuenan, pero también las relativistas que llaman a la calma, a que no pasa nada, a que es lo normal, simple evolución.
Está claro que el progreso es necesario, y es una moneda de dos caras, una buena y otra mala, que casi siempre dependen de lo buenas o malas que sean las decisiones que respecto a él se tomen. Y por eso creo que no debemos quedarnos con la impresión de que nos resistimos al progreso, como muchas veces nos quieren hacer ver: nos resistimos a una evolución/involución que se nos vende únicamente como progreso, que son cosas distintas, o así lo veo yo.
Nunca los videojuegos han estado mejor que ahora, y es que por suerte lo viejo sigue ahí, bajarse del tren de la modernidad está permitido, e incluso podemos aprovechar de él solo lo que queramos, nadie por ley nos obliga a dejar de jugar a nuestra Super Nintendo para comprar una Xbox One. Pero aún así las balas en forma de improperios que se disparan contra la nueva generación tienen poco que ver con el fondo, con los juegos en sí. Nadie se queja de los gráficos hiperrealistas o de las nuevas formas de jugar, sobre todo cuando el universo indie ha abierto una nueva y deliciosa puerta a lo retro, a una oferta ingente, que nos permite jugar a lo que nos dé la gana, y por un precio irrisorio si comparamos con años atrás. Los improperios vienen por las prácticas de las compañías, esas que tienen por objetivo sacarnos los cuartos pero bien sacados, y se envuelven en un vistoso papelito de caramelo que pone «progreso». Por eso no queremos que nos limiten la segunda mano, que las consolas no sean region-free, que tengamos que hacer cosas por obligación como conectarlas a internet, que un juego se nos venda a cachos sin avisar, o que cada nueva máquina no sea compatible con su antecesora. Eso no es progreso, eso es negocio.
Pero no solo podemos echar la culpa a las compañías y quedarnos tan anchos, pues en el fondo somos nosotros los que, a través de nuestro dinero, refrendamos sus políticas. Por la boca se nos escapan múltiples insultos contra esta o aquella compañía, y al final acabamos haciéndonos con aquel juego o aquella máquina, porque nos da la gana, o porque es lo que toca, del mismo modo que seguimos votando a los mismos políticos de los que nos quejamos porque nos roban; o seguimos dando visitas a webs de las que luego rajamos por sensacionalistas. Así funciona esto.
(Me encanta esta tira, ahí todos agresivos lanzando objetos peligrosos a la malvada EA)
Está claro que también hay una parte de nostalgia que puede ser hasta cierto punto ilógica, como la del dolor que algunos tenemos ante la desaparición del formato físico. Mis sobrinos, de 13 y 15 años son unos sujetos de experimentación excelentes. Tranquilos, no soy un científico loco, para ellos soy su tío el de los videojuegos y se lo pasan pipa con mis cacharros, pero es muy interesante comprobar las diferencias y similitudes que existen entre mi perspectiva y la suya, libre de esa nostalgia que a mi me condiciona demasiado. Por ejemplo, noto en ellos una absoluta falta de aprecio por el formato físico (cumpleaños aparte, ahí sí que mola desenvolver el juego), les da absolutamente igual tener un juego con su envoltorio y manual, mientras en mi habitación la disposición de algunos juegos casi parece la de un altar en el que adorar cual ídolos a unas cajas que no contienen más que manuales de instrucciones y un disco o un cartucho. ¿Idealizamos el formato físico los que llevamos más tiempo en esto? Es muy posible, pero aún siendo conscientes de ello dudo que podamos evitarlo. Nuestros recuerdos, nuestra memoria, nos hacen entender los videojuegos ligados a una parte material que hoy se va rompiendo. Eso, y que nos parece que el fin del formato físico está más ligado a un incremento del beneficio por parte de las compañías que a una necesidad evolutiva, aunque, por supuesto, a nosotros se nos venda como lo contrario.
Esta mañana me llegó una carta de Movistar (sí, todavía no he liberado mi alma de los terribles azules) en la que me decían que la factura en breve pasaría a ser únicamente digital. La carta empleaba un hermoso tono discursivo que apelaba a la protección del medio ambiente, a la naturaleza y los árboles, pero que no hacía ninguna referencia al ahorro económico que a la compañía les reportaría tal medida. En este caso la verdad es que me da igual, incluso me parece mejor, pero si, qué se yo, me descontasen 20 céntimos simbólicos por el ahorro que la medida supondría, quizá perdiera de vista esa perspectiva «interesada» que siempre parecen tener las grandes compañías. Con los manuales de videojuego lo intentó Ubi Soft, y tuvo que recular, porque se les vio el plumero demasiado, pero tenemos que ir asumiendo que algunas cosas que todavía nos gustan del pasado se apagan poco a poco.
Llevo toda mi vida jugando videojuegos, y espero poder seguir haciéndolo hasta que sea un anciano. Evolucionarán más o menos a mi gusto, pero seguirán ahí, y aunque los nuevos no me gusten, tendré clásicos para toda una vida. Y lo nuevo, lo recibiré con los brazos abiertos, cogiendo de él lo que me guste y criticando lo que no, pero que no me vengan a decir que soy un retrógrado opuesto al progreso, como a veces se desprende de las palabras de algunos jefazos de compañías, y que son las que me llevan a escribir opiniones deslabazadas y caóticas como ésta, escrita del tirón y que no busca generar polémica, sino simplemente invitaros a la reflexión… gracias por llegar al final de semejante rollo.
Deja tu huella
Crea tu avatar