Halo antes molaba
Gracias a los dioses esta bendita generación enfila a estas alturas una despedida crepuscular. La generación de los Wiimotes, del PlayStation Move, de Kinect y de los aspavientos frente a la pantalla. La generación del DLC. Y cómo no, la generación de los shooters y las secuelas sin fin. En honor a la verdad, hemos de reconocer que la séptima generación de consolas también ha parido auténticos hitos en la historia del videojuego, impermeables a éstas críticas en tanto pueden defenderse de las susodichas acusaciones esgrimiendo la calidad que los caracteriza; antes, ahora y mientras la memoria de los jugadores los alcance a retener, pues por algo se han ganado un puesto entre los escasos títulos que esta industria tan dada a la reposición —en todas sus acepciones— perpetúa en el imaginario colectivo. En resumidas cuentas, sólo un puñado de titanes alcanzan la gloria. Convendrán conmigo que, por lo demás, mediocridades. Shooters y secuelas.
Quede meridianamente claro que la saga del Jefe Maestro siempre ha entrado, a título personal, entre la selección de titanes. Desde que conociera a John-117 en la Pillar of Autumn hace ya un buen puñado de años, me he ido convirtiendo en un Spartan legendario a base de victorias y derrotas heroicas (normales NUNCA). He machacado grunts a miles, y me he enzarzado en interminables refriegas con élites y brutes, saltando por los aires tantas horas como ciclópeos hunters han hecho lo propio, eso sí, con la ayuda de una capciosa granada de plasma pegada a su espalda. La cuestión es que los años no pasan en balde, ni siquiera para un übersoldat genéticamente modificado con pintas de ponerse palote cada vez que escucha La Bandera Llena de Estrellas. Pero los tiempos han cambiado, y a día de hoy, con la tibia resignación del que nada espera, me enfundé de nuevo en la metálica piel de Spartan, predispuesto el ánimo para comenzar la trilogía del reclamador con buen pie. Sin prejuicios. Que Bungie es una cosa, y 343 industries otra. Y John no parece el mismo, pero lo es, o acaso debería serlo. Y viva mi suerte, que en apenas un par de saltos vuelvo a empuñar el rifle de combate y la Magnum, como en los viejos tiempos. Exacto, justo como en los viejos tiempos.
La única regla es que el espectáculo debe continuar. Han pasado ya varias horas, y sigo jugando a Halo 4 más por una inefable obligación que por pasión o mero esparcimiento. Aletargado sobre una banda sonora de manual y apenas a unos pasos de finalizar la aventura, sobrevivo a mi propio encefalograma plano, mientras no consigo sacudirme de encima la sensación de que todo lo que ha ocurrido justo delante de mis ojos es absolutamente falso. Que todas esas palabras que Cortana me ha brindado, en un sinfín de inflexiones y ánimos diversos, no han sido más que una línea chata que a nadie ha podido engañar. Ni siquiera a mi mismo, que quería. Qué cojones, que ANSIABA ser engañado. Desfilan los títulos de crédito y ahí quedo, alelado frente al televisor, preguntándome qué demonios ha podido salir mal. Mi devoción por el shooter se perdió con los brutes, y mis incontables horas repartiendo estopa online con más de un Halo pretérito parecen hoy vivencias propias de otro jugador. Y en ésas vengo, sin tener claro aún si lo que deseo es redención o sencillamente plantear la temida pregunta: ¿ha cambiado Halo, o acaso he cambiado yo?
Para un humilde servidor la dinámica del combate y la finísima inteligencia artificial han sido los puntos más importantes en cuanto a la caracterización de los títulos de Bungie. Y aún puedo llegar a tolerar la repentina idiotez que parece adueñarse a ratos de los afiliados al Covenant, unos arranques en los cuales no me voy a extender teniendo a mano una exposición mil veces mejor a la que yo nunca pudiera hacer. Atiendan pues al clásico tono donairoso del maestro Mr. Pink. Por otro lado, también puedo pasar por alto una historia que rezuma improvisación y retazos en cada conversación de borregos, en previsión del par de juegos que están por llegar dentro de esta nueva Trilogía del Reclamador. Pero el verdadero problema, la razón por la que no puedo digerir este juego en modo alguno, no es sino la desaparición absoluta (y sin visos de volver) que ha sufrido la épica de Halo. El espíritu de la saga desfallece entre las reminiscencias a los Call of Duty (u otros shooters genéricos) y recibe la puntilla en unas misiones ridículas, excusas descaradas incapaces bajo ningún pretexto de mantener el interés de un jugador que quiera ir más allá de la explosión y la orgía del láser. Yo no sé a ustedes, pero a mi me importa tres cojones una historia construida alrededor de la destrucción de puntos clave o del encendido de lucecitas, y a ese respecto mucho mejor habría resultado el destacar añadidos entretenidos —como el jetpack o el Mammoth— y asumir de una vez por todas que de Halo aquí ya va quedando poco. Pues así todo.
Igual éstas no eran las palabras que esperaban de un supuesto “triple A”, en cuyo caso no puedo sino recomendar la opinión de otro buen amigo, señor de buen criterio en general que también ha quedado deslumbrado por los Prometeos. Por lo demás, hasta la llegada cronometrada de Halo 5 puede bajar el telón; mientras tanto, seguro que algún nuevo FPS trazado a escuadra llegará raudo para amenizar la espera. Y los que estén cansados del espectáculo, toca asumir quizás que definitivamente los que hemos cambiado somos nosotros.
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